—¿Dónde estás? —su voz chilló cuando llamó. Se estremeció del frío y la extraña presencia que teñía el aire del bosque, el mango de su linterna temblaba ligeramente en sus manos temblorosas.
¿Dónde estaba ella? ¿Se había ido? ¿Estaba
Nadia no tuvo que seguir preguntándose. La niebla se formó frente a ella con un tenue resplandor rojo, y parada justo delante de ella estaba la bruja.
El fantasma que su Abuelita le había dicho que era su madre.
—Viniste —dijo el fantasma.
—¿Cómo no iba a hacerlo? —sus labios temblaban—. Eres mi madre.
El momento se hizo profundo y, aún para alguien que ya estaba muerto, se sintió vivo, se sintió real.
—Lamento que mis manos casi te regalaran la muerte incontables veces. Si te hubiera tenido, las cosas habrían sido diferentes —susurró Kestra.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Nadia. Pasó toda su vida tratando de encontrar a sus padres y ahora encontró a uno, pero ya estaba muerta.
Esto era tan cruel.