—Engañar. —La palabra se deslizó por sus labios y sus manos alcanzaron las de él, intentando alejarlas—. Deja de decirme estas palabras. Deja de meterte en mi cabeza. ¡Deja de engañarme! —exclamó ella y él la soltó.
Su corazón latía acelerado, su respiración era ruidosa.
La luz de la luna y las gemas azules brillantes que bordeaban la cueva se reflejaban en el agua y rebotaban en las paredes de la cueva.
—¿Dudas de mis afectos? Déjame demostrar
—No. Dudo de los míos y dejarás de entrometerte con estas líneas manipuladoras tuyas. Deja de meterte en mi cabeza, déjame pensar. Tengo que hacer esto sola.
—¿Manipuladoras? —Esa palabra dolió—. Donna, no juego con mis palabras sinceras. Sí, mi pasado me pone en una mala luz, pero no me apartes de una manera tan cruel. Dame una oportunidad. Sé que no la merezco, pero por favor, sé misericordiosa.