—Todo estaba, de hecho, a la vista mientras caminaba por el corredor que conducía al salón comedor con dos guardias vampiros feos siguiéndome —sabía que podían ver perfectamente mi trasero, pero tragaba la humillante vergüenza mientras caminaba con la barbilla proyectada hacia el techo. Agradecidamente un grueso jirón de tela escondía el ápice de mis muslos, pero esa era toda la modestia que se me había permitido. Mis pechos, que eran grandes y pesados por mi embarazo, apenas estaban cubiertos por el encaje negro que colgaba suelto sobre ellos, una larga V de piel desnuda empezando en mi cuello y bajando hasta mi ombligo.
Penny había cepillado y peinado mi cabello, recogiéndolo de mi rostro. Me había maquillado, con tonalidades oscuras de negro, vino y azul marino. Los colores oscuros me hacían ver especialmente pálida, pero quizás eso estaba de moda. Aunque no lo sabría, no había visto a otra mujer en el castillo aparte de Penny.