—Adrian era un lobo sigiloso, su pelaje de un oro ardiente que capturaba la luz de la luna mientras trotaba delante de mí.
Yo era mucho, mucho más grande que él, y él lo sabía. Cuando Xander nos había sacado de aquel camión robado, y habíamos corrido hacia las colinas, nos habíamos transformado casi de inmediato. Yo era grande, rojo y parecía bastante intimidante, en mi humilde opinión. Adrian no me había mirado sin echar las orejas hacia atrás desde el segundo en que giró la cabeza para mirarme la primera vez, y tomé eso como un cumplido.
Pero el concurso de medirnos el ego entre nosotros no duró mucho. Solo nos habíamos retirado lo suficientemente lejos para evaluar cualquier amenaza a la que Xander se enfrentaba para poder transformarnos y luchar.