Cualquier luz que hubiera en la grieta de la puerta era una ilusión. Estaba completamente oscuro al otro lado.
Di un paso dentro de la habitación y dejé salir un suspiro de alivio. Esto no era tan malo como pensaba.
Goteo, goteo, goteo...
El fuerte olor a cobre y óxido llenó mi nariz. Fruncí el ceño. Sangre.
No había luz, pero podía ver claramente. Había charcos de sangre en el suelo. Algunos eran frescos, pero otros eran antiguos y estaban secos.
El mismo rojo carmesí cubría las paredes también.
Entonces noté que había alguien más aquí: ella estaba atada a una plataforma en el centro de la habitación.
Su cabello estaba desordenado y descuidado, la ropa desgarrada y hecha jirones. Estaba atada a un poste, con los brazos detrás de su espalda y una mordaza en la boca. Su piel estaba manchada de sangre y suciedad, los ojos rojos e hinchados. Pero el resto de ella estaba pálido y delgado. Nada más que piel y huesos.