—¡Elriam! —él la advierte enojado, ganándose un gruñido ahogado de ella.
—No vuelvas a levantar tu voz contra mí, no terminará bien para ti. Ven Ragon, deseo hablar contigo sobre algo en privado. Vamos a mi cabaña, no deseo verlo ni un segundo más —ella captura la mano de Ragon y lo lleva hacia su cabaña, lo que solo enfurece aún más a su macho.
En cuestión de simples latidos, dos cuchillos puntiagudos son lanzados hacia su dirección, deslizándose a través de la multitud a una velocidad indescriptible y uno se aloja profundamente en la parte trasera de la rodilla derecha de Ragon mientras que el otro se clava entre sus omóplatos.