—De nuevo —exigí.
Estaba sentado en mi escritorio, con la mano alrededor de un vaso vacío mientras miraba fijamente la pantalla del portátil frente a mí. El video de vigilancia fue tomado directamente de la cámara de uno de nuestros mejores contenedores de envío.
—¿No lo has visto suficiente? Probablemente ya te lo sabes de memoria —suspiró Gabriele desde el otro lado de mi escritorio.
—No, no lo he hecho —respondí bruscamente.
La rabia que hervía bajo mi piel solo aumentaba con cada visualización del video de vigilancia, pero no podía detenerme hasta encontrar cada detalle que me ayudaría a atrapar a estos bastardos.
—Tú mismo viste la instalación —protestó Gabriele—. Y has visto el video suficientes veces como para que no quede nada más por ver. Deja de torturarte.
Sabía que tenía razón. Esta mañana había sido un torbellino de caos, ya que me habían informado del ataque a uno de nuestros almacenes, nuestro más rentable además.
Pero en este punto, no me importaba un carajo.