—¿En qué piensas, cariña? —preguntó desde detrás del volante. Sus manos estaban firmes y seguras, a diferencia de las mías, que temblaban cada vez que las miraba.
—Estoy preocupada de que sea solo por mí —susurré. Sería desgarrador descubrir que no podemos concebir de ninguna manera, pero ¿si yo fuera la razón? Me destruiría.
Gio retiró una de sus manos del volante para cubrir la mía. —No pensaré menos de ti si así fuere.
Saboreé el calor de su mano, pero no podía confiar en lo que decía. Yo pensaría menos de mí misma. ¿Y si era una señal de que nunca debí tener hijos?
Me mordí el labio mientras entrábamos en el estacionamiento del especialista en fertilidad. Cuando él primero sugirió hacer pruebas para estar seguros, pensé que era un genio. Ahora, enfrentando los resultados, preferiría no saber.