—Gracias —dijo tan suavemente que no estaba seguro de si quería que la oyera o no. Sin embargo, lo hice, y me llenó de tanto calor que no pude evitar acunar su cabeza en mi mano y presionar mis labios suavemente contra los suyos, disfrutando de todo sobre mi compañera, desde el sabor de sus besos hasta su olor.
Ella era perfecta, tan perfecta.
—No tienes nada que agradecer, nena, debería ser yo el que te agradezca —murmuré contra sus labios, gruñendo ligeramente de placer al sentir sus brazos envolver mi cuello en un gesto íntimo que nos hizo a ambos jadear. Me encantaba lo receptiva que era a mi contacto, cuánto la estaba afectando mientras ella me afectaba a mí. Ella era mía, estaba hecha para mí y nunca la dejaría ir.