El especialista alzó una ceja ante el Señor Brarthroroz y apenas logró reprimir un gesto de incredulidad.
—¿Me estás diciendo que tus sabuesos infernales pueden olfatear los lugares más rápido que nuestros lobos feroces? —preguntó.
—Siempre podríamos apostar al respecto, si te apetece —respondió el Señor Brarthroroz con desenfado, mientras una sonrisa astuta jugueteaba en las comisuras de su boca.
—No voy a apostar mi alma... —El transformista replicó antes de ser interrumpido por la carcajada del Señor Brarthroroz—. No sé qué tiene eso de gracioso —continuó, frunciendo el ceño tanto a Lexi como a su padre.
—Escucha colega, creo que nos estás confundiendo con los demonios de las religiones humanas —soltó Lexi—. Somos daemonios, no demonios. Hay una gran diferencia.
—No veo cuál. Ambos comercian con almas y magia oscura, y viven en las profundidades del infierno.