Sintió un soplo de viento en su rostro. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en un campo abierto; no había nada alrededor más que hierba alta. El pasto y la hierba eran verdes, el cielo era de un azul claro y estaba completamente despejado, sin nubes. Pero el sol... era algo extraño. Reggie no recordaba que fuera de un color rojizo. Ahora que lo piensa, se supone que no debería ser capaz de mirar directamente al sol si no quería quedarse ciego. Bajó la mirada y giró la cabeza en otra dirección. No importaba a dónde mirara, todo era igual: un campo abierto con hierba alta, el cielo azul y no parecía que hubiera personas cerca.
Volteó en todas las direcciones que se le ocurrieron, pero todo seguía igual. A la derecha, a la izquierda, detrás o de frente, no había nadie; estaba completamente solo. Reggie volvió a mirar al frente y por unos segundos vio una figura. Se sobresaltó, pero la figura ya no estaba. Intentó limpiar sus ojos, quizás había visto mal, y otra vez apareció la silueta. Esta vez pudo distinguirla un poco mejor; era negra y no pudo verle la cara.
Nuevamente, volteó en todas direcciones. La silueta seguía apareciendo. Reggie sentía que en cualquier momento iba a llorar; esa figura lo estaba asustando. La figura continuaba apareciendo, sin importar hacia dónde volteara. Ahora Reggie se daba cuenta de que, mientras más volteaba, parecía que la figura se acercaba más a él. Su corazón empezó a latir con fuerza. Tenía ganas de correr, pero sus pies simplemente no se lo permitían. Siguió mirando al frente, y la figura seguía allí.
Quería apartar la vista, pero la figura se acercaría más. Quería cerrar los ojos, pero, ¿qué pasaría si lo hacía? Temblaba por lo que podría suceder. Estaba solo; nadie lo salvaría, nadie vendría por él. En un intento de tranquilizarse y dejar de mirar la figura, miró al cielo, en dirección al sol.
Reggie jadeó con una expresión de miedo.
El sol ya no era rojizo; ahora era una enorme nube negra con tentáculos largos y negros saliendo de ella, y el cielo que antes era azul ahora era de un tono rojo carmín. Reggie miró a su alrededor: todo había cambiado. La hierba y el pasto estaban secos, muertos. Había algunas formas que parecían árboles alrededor y la figura ya no estaba.
Reggie no se sentía tranquilo. Temblaba de miedo. Intentó correr, pero no podía. Miró sus pies y su desesperación creció al darse cuenta de que se habían fusionado con el piso. Intentó moverse para liberarse, pero no servía de nada; estaba completamente atrapado.
No quería rendirse y siguió moviéndose, esperando poder escapar. Escuchó un ruido, como un crujido, y se quedó helado. Con terror levantó la mirada y vio que la figura estaba de pie a unos centímetros de él. Era completamente negra, pero no podía ver su cara. De repente, pareció que le creciera una boca y, de inmediato, comenzó a sonreír de oreja a oreja, mostrando sus dientes afilados.
Reggie no podía moverse, pero quería huir lo más rápido que pudiera; sentía que podía desvanecerse en ese instante. ¿Qué iba a hacerle? No le dio tiempo a pensar, ya que la figura abrió la boca y, con un gruñido similar al de un animal, se acercó aún más a Reggie.
Reggie gritó.
Abrió los ojos, agitado y empapado en sudor frío. Notó algo húmedo en su rostro, tocó su cara y se dio cuenta de que estaba llorando. Ya no estaba en ningún campo ni en un lugar tenebroso, estaba en su habitación. Todo había sido una pesadilla. Sin embargo, Reggie seguía teniendo miedo, temía si de verdad había gritado y despertado a los señores Gregors. Recordaba lo cerca que estaba la figura y esos enormes dientes que no pudo contener un sollozo. Los sueños no podían hacerle daño, pero había sentido que todo había ocurrido realmente.
No pudo evitar lagrimear y abrazarse a sí mismo. Quizás estaba siendo muy inmaduro, pero no podía evitarlo. No sabía qué hora era, pero tras ese sueño no logró volver a dormir durante lo que quedaba de la noche.
Pronto amaneció, y Reggie, que casi no había descansado, estaba exhausto. No podía faltar a la escuela, pues apenas era lunes, y tampoco podía mentirle a los señores Gregors; sería demasiado desagradecido. Bajó al comedor y saludó a los señores Gregors. Aceptó el desayuno que Katie le puso enfrente y comenzó a comer.
Katie y Bernard notaron que Reggie estaba cansado; parecía que no había dormido mucho. Estaba en una nueva casa y no iba a adaptarse de inmediato. Eso lo entendían, pero no exhibía una creciente preocupación. Bernard se aseguraría de programar una cita con la psicóloga lo más pronto posible. La noche anterior, él y Katie habían encontrado una psicóloga a la que llevar a Reggie; solo faltaba programar una cita.
La noche anterior, Reggie no habló con ninguno de ellos en la cena; simplemente comió lo más rápido que pudo y se fue a su habitación.
—¿Dormiste bien, Reggie? —preguntó Katie amablemente.
—Sí, dormí bien —mintió Reggie.
—¿Seguro? —preguntó Bernard, dudando de la respuesta de Reggie.
—Sí, estoy seguro —respondió Reggie, evitando las miradas de Bernard y Katie mientras miraba su comida.
—Yo te llevaré a la escuela. ¿Te parece bien? —preguntó Katie.
—Sí, está bien —respondió Reggie.
Terminaron de desayunar. Bernard se fue a trabajar y Katie llevó a Reggie hacia su escuela. Ella tomó su mano con amabilidad y Reggie simplemente miraba al piso, dejando que Katie lo guiara. Se sentía un poco incómodo, pero sería grosero apartar su mano. Esa sensación le resultaba familiar; su padre también tomaba su mano al llevarlo a ciertos lugares. Recordaba su tacto cálido y seguro, lo que le causó dolor en el pecho. Intentó pensar en otra cosa; no debía ser tan sentimental, sobre todo por una acción inocente.
Pronto llegaron a la entrada de la escuela. Varios niños llegaban, ya sea solos o con sus padres. Katie lo dejó justo frente a la escuela y soltó su mano.
—Aquí estamos. Volveré a recogerte a la hora de la salida. Por favor, espérame hasta que llegue, ¿bien? —le dijo Katie con su amable sonrisa.
—Bien —respondió Reggie.
—Nos vemos a la hora de la salida. Ten un buen día —le dijo Katie antes de que Reggie volviera la vista y entrara a la escuela sin responderle.
Mientras se dirigía a su salón, sintió varios ojos fijos en él. No quiso mirar a ninguno de sus compañeros. Lo seguían mirando y susurrando cosas hirientes sobre su padre entre ellos. Algunos de esos murmullos eran lo suficientemente altos para que Reggie los escuchara perfectamente; hablaban de él como si no estuviera presente.
Reggie agarró las correas de su mochila con fuerza e ignoró a los demás hasta llegar a su salón. Allí, la situación no mejoró; sus compañeros lo miraban de reojo y susurraban entre ellos, o hacían como si no existiera. No sabía cuál era peor.
Reggie tenía muchos amigos en su salón. Era el más inteligente de su grado y varios de sus compañeros se acercaban a él para pedirle ayuda con las tareas. Pero, después de que la noticia del suicidio de su padre se hiciera pública en el condado, sus compañeros dejaron de acercarse a él. Sus amigos ya no le hablaban; prácticamente todos lo ignoraban, y Reggie se sentía enojado y triste. Ya no tenía amigos ni nadie con quien hablar o pasar tiempo en la escuela.
Sonó la campana y todos sus compañeros entraron, incluyendo a la maestra. Comenzó a pasar lista y Reggie no podía concentrarse en los nombres que decía. No quería estar allí, donde todos lo ignoraban y, si le prestaban atención, no era para estar con él. Su asiento estaba cerca de la puerta, así que se dedicó a mirar hacia ella. No había nada más interesante. Reggie casi saltó de su asiento al ver la figura negra asomada por la puerta. No tenía ojos visibles, pero parecía estar fijada en él. Reggie sintió ganas de correr y escapar, pero la figura no se movía, solo estaba allí, asomada, y parecía que nadie más la notaba.
—... Reginald Harris —escuchó su nombre y miró a la maestra, que lo miraba molesta. — Señor Harris, ¿se encuentra mal como para no prestar atención cuando paso la lista? —preguntó, mientras algunos compañeros lo miraban.
Reggie negó. —Perdón, maestra; solo me distraje.
—Está bien, que no vuelva a repetirse —respondió la maestra, y la vergüenza hizo que las mejillas de Reggie se sonrojaran.
Cuando sus compañeros dejaron de mirarlo, volvió a mirar la puerta y, para su sorpresa, la figura negra ya no estaba. Escuchó que no dormir hacía que la gente viera cosas que no estaban allí, y Reggie no había dormido después de esa pesadilla; asumió que era eso.
Durante la clase, Reggie intentó concentrarse. Era la clase de historia y se esforzó por contestar todas las preguntas que le hacían. Se mantuvo así hasta la hora del recreo. Todos salieron, pero Reggie se quedó dentro; ¿para qué salir si no iba a estar con nadie? Tenía su libro de ranas para leer y pasar el rato. El libro contenía dibujos muy detallados de ranas de diferentes especies, colores y tamaños, acompañados de una breve explicación y de imágenes sobre las características de las diferentes ranas y para qué sirven.
Reggie se sintió atraído por una imagen específica de una rana y decidió dibujarla. Sacó de su mochila lápices de colores y en una hoja de su cuaderno la plasmó. El resultado, por supuesto, no era igual al del libro, pero Reggie se sintió orgulloso de su obra. Cuando le enseñaba sus dibujos a los adultos, le decían que estaban bien; también su papá siempre los pegaba en el refrigerador. Reggie sintió que su garganta ardía y que sus ojos picaban.
Mordió un poco la punta de su lápiz y se obligó a pensar en otra cosa. Se negaba a llorar en la escuela; ya lo ignoraban y no quería que comenzaran a molestarlo por ser un niño llorón. Mientras se sumía en sus pensamientos, un escalofrío le recorrió la espalda al recordar a la figura negra. Inmediatamente, en otra hoja de su cuaderno y con un lápiz negro en mano, dibujó a la figura.
No tenía otra cosa que hacer y quería pensar en algo más, así que intentó recordar algún rasgo adicional además del lúgubre negror de la figura. Comenzó a dibujar. El resultado fue aproximadamente lo que pudo recordar de su sueño: la figura era alta, completamente negra, y tenía llamas alrededor, también negras. La dibujó con grandes colmillos afilados, como en su sueño, y como detalle, agregó el sol rojizo que había visto.
Por cómo lo había dibujado, no parecía tan aterrador, y perdió un poco de miedo. Después de todo, solo había sido un sueño, una tonta pesadilla.
—No puede hacerme daño —dijo Reggie para sí mismo. — No puede hacerme daño —repitió, convencido. Miró el dibujo de la rana que había hecho en la otra hoja. — ¿A los señores Gregors les gustarán las ranas? —se preguntó Reggie a sí mismo.
Siempre le daba sus dibujos a su padre y pensó que, como ahora vivía con los señores Gregors, quizás debería empezar a hacer lo mismo. Pero recordó algo que había dicho un niño del orfanato: no había convivido ni hablado con ninguno de esos niños durante su tiempo allí, pero sí escuchaba las charlas que tenían cerca de él. Ese niño había dicho: "A los adultos no les gustan los niños habladores y confiados, por eso me devolvieron. Odian los problemas y el escándalo".
No quería volver al orfanato y estar solo otra vez. Era mejor no molestar a los señores Gregors. Pronto comenzaría su próxima clase: Matemáticas. No era su materia favorita, ya que no comprendía varias partes y debía esforzarse para obtener al menos un siete u ocho este semestre. Poco a poco, sus compañeros volvieron al salón y se acomodaron en sus asientos. La clase estaba a punto de comenzar, así que Reggie guardó el cuaderno con sus dibujos en la mochila y sacó su cuaderno de matemáticas. Su maestra entró. Hasta el final del horario escolar, Reggie olvidó a la figura negra.
Para Reggie, el tiempo transcurrió lentamente, según sus pensamientos, más lento que cuando una tortuga o un caracol caminan o se deslizan. No entendió casi ningún ejercicio y, aunque se concentró lo mejor que pudo, no logró comprender la mitad de lo que explicó la maestra. Fue un alivio la hora de la salida. Mientras esperaba a que Katie llegara, vio a algunos padres recoger a sus hijos y no pudo evitar enfocar su mirada, con tristeza en sus ojos, en sus propios zapatos.
—¡Reggie! —escuchó la voz de Katie que provenía de frente. Alzó la cabeza y sus ojos se encontraron con los ojos verdes y amables de Katie. —Lo siento si llegué un poco tarde. ¿Esperaste mucho? —preguntó con preocupación en su voz.
Reggie negó. —No, ¿podemos irnos?
—Claro. Ya hice el almuerzo en casa; hay que regresar para comer —dijo Katie. Tal como en el camino de ida a la escuela, tomó su mano y comenzaron a caminar.
Reggie miraba al frente, algo cabizbajo. Solo tenía como objetivo, al llegar a casa, almorzar, estudiar y tal vez descansar un poco. Se sentía somnoliento y sus párpados pesados; el sueño ya le llegaba, pero no podía ceder a él en medio de la calle.
—Bernard tiene trabajo hasta tarde, así que almorzaremos solos tú y yo. ¿Te parece bien? —preguntó Katie.
—Sí —respondió Reggie, en voz baja.
—¿Cómo te fue en la escuela? —preguntó Katie. —¿Estuviste con tus amigos?
—Sí, la maestra me regañó porque me distraje mientras tomaba lista... y solo eso, estuve bien —respondió Reggie. No contestó directamente sobre sus "amigos" y no quería que ni Katie ni Bernard se enteraran; no quería causar problemas.
A pesar de tener muchas ganas de dormir, pudo resistir hasta después del almuerzo. No pudo estudiar mucho y se sintió algo inquieto al intentar dormir.