La paz aparente

Se cambió de ropa, incluso se bañó otra vez. El sonido del agua era relajante; ahora necesitaba eso, al menos eso le dijeron el señor y la señora Gregors. En el baño, cubrió el espejo con una toalla, temía mirarse otra vez, no quería hacerlo. Una vez que terminó de bañarse, se puso un pijama improvisado: unos pantalones cortos y una camisa azul muy grande, que pertenecía al señor Gregors.

Al salir del baño, el señor Gregors lo esperaba afuera. Su expresión oscilaba entre la preocupación y un mal intento de parecer tranquilo.

—¿Cómo te sientes, Reggie? ¿Estuvo bien el baño? —preguntó el señor Gregors.

—Sí, estuvo bien —respondió Reggie.

—Reggie, no sé si puedas dormir solo. ¿No quieres dormir conmigo y con Katie? —sugerió el señor Gregors.

La palabra "dormir" y pensar en ello ahora le asustaban.

—No quiero molestarlos —dijo rápidamente Reggie.

—No vas a molestar. Katie no quiere que estés solo en tu habitación, y yo tampoco —explicó Bernard.

Reggie jugó un poco con sus manos; no quería dormir, no quería estar solo ni quedarse despierto. Era un sentimiento contradictorio.

—Es que... no quiero dormir, no quiero soñar esas cosas otra vez —murmuró, recordando la figura negra.

Bernard lo miró con comprensión y se agachó a su altura. Reggie intentaba no mirarlo directamente a los ojos.

—Reggie, tienes que dormir. Solo fue una pesadilla. Escucha, hagamos esto: puedes dormir conmigo y con Katie, y si tienes otra pesadilla, te vamos a cuidar. Puedes dormir donde tú quieras y no estarás solo, ¿qué te parece? —ofreció Bernard en un tono tranquilo.

Reggie dudó un momento, alzó un poco la cabeza y dijo: —Está bien.

Bernard le sonrió ligeramente. —Tranquilo, no te pasará nada más, y si me escuchas roncar, solo pégame un poco —dijo esto en tono de broma, lo que provocó una risa en Reggie.

Reggie tomó su almohada y su manta de su habitación y se dirigió a la de los señores Gregors. La habitación era grande, con paredes turquesas y varias pinturas colgadas. Una ventana tenía las persianas cerradas, y había una lámpara simple junto a la cama, que era muy amplia. La señora Gregors estaba en pijama y con el cabello recogido, junto a él.

—Puedes dormir donde quieras, hay mucho espacio —le dijo amablemente.

—Cerca de la pared —respondió Reggie.

—Está bien, ve a acostarte —dijo el señor Gregors.

Hizo caso y, con cuidado, se subió a la cama en la orilla, cerca de la pared. La cama era muy suave y tenía un ligero aroma a pintura que resultaba reconfortante. Katie y Bernard también se acostaron, y Bernard se posicionó junto a Reggie. Katie apagó las luces y Bernard los arropó con una manta.

—¿Estás cómodo, Reggie? —le preguntó Bernard.

—Sí, lo estoy —respondió Reggie, tapándose más.

La señora Gregors permanecía en silencio; Reggie podía escuchar cómo respiraba lentamente. Nunca imaginó que la señora Gregors perteneciera a la clase de personas que caen en un sueño profundo apenas se acuestan.

—Reggie —la voz del señor Gregors lo hizo voltear hacia él.

El señor Gregors lo miraba con preocupación; al menos eso suponía por el esfuerzo que hacía para verlo en la oscuridad.

—Reggie, dime algo: ¿cómo fue tu pesadilla? —preguntó casi en un susurro.

Ante la pregunta, Reggie guardó silencio durante unos segundos antes de hablar: —Estaba mi papá. Soñé que otra vez estaba en mi antigua habitación; papá estaba ahí, su piel tenía color y no estaba pálido como... en su funeral, pero no era mi papá. Su rostro era horrible, casi como... como un lodo lleno de bichos que se movían. Luego su cara se derritió y su piel se caía. Me asusté mucho —intentó explicar Reggie, su voz temblaba un poco, aunque no tenía ganas de llorar; su voz parecía contradecirlo.

Sintió una mano acariciando su pelo y se tensó un poco, pero era la mano del señor Gregors, y su cuerpo se calmó un poco. Reggie no podía ver bien la expresión de Bernard, que era de tristeza; era mejor no ver su rostro, él no debería estar así.

—¿Has tenido sueños así antes? —preguntó Bernard.

Reggie pensó un poco. —No... bueno, no como ese.

Bernard suspiró ligeramente. —No deberíamos hablar de eso ahora, ¿te parece?

—Sí —respondió Reggie.

—Ahora duerme, Katie y yo estamos aquí. Incluso yo me quedaré despierto hasta que te duermas, ¿bien? —preguntó Bernard.

—Está bien —respondió Reggie.

Nadie dijo nada más, y en medio de ese silencio, solo interrumpido por el canto de los grillos, Bernard se quedó despierto hasta que, poco a poco, Reggie se quedó dormido. Soltaba pequeños ronquidos que sonaban como suaves silbidos; no eran molestos. Bernard esperaba que Reggie pudiera dormir bien esta vez y anhelaba que pronto pudiera dejar lo malo atrás.

***

Si llegó a soñar algo, ya no lo recordaba. Era domingo a las 7:30 am, y Reggie había dormido bien a pesar de lo de la noche anterior. Todavía estaba en pijama y para desayunar tenía un tazón mediano de cereal con malvaviscos morados. La señora Gregors le dijo que podía ver toda la televisión que quisiera durante todo el día, y Reggie lo aprovecharía.

Por eso estaba sentado en el sofá mientras en la televisión se emitía una repetición de "Ren y Stimpy", comiendo y de vez en cuando mirando a su alrededor, solo para asegurarse de que la figura negra no estuviera cerca. No podía confiarse.

En la cocina, sentados a la mesa estaban Bernard y Katie, hablando. Ambos también estaban en pijama y desayunaban cereal con malvaviscos. Según Katie, aunque eran adultos de 39 años, todavía podían disfrutar del azúcar. Y, ¿quién era Bernard para contradecir a su esposa? Además, también lo necesitaba.

—¿Te dijo eso? —preguntó Katie.

Bernard había contado lo que Reggie le había dicho la noche anterior antes de dormir. Bernard asintió.

—Sí, me dijo que soñó que estaba en el apartamento de Simon, que se le derritió la cara y cosas que no son normales. Tú sabes, cosas de tarot y sueños. ¿Tienen algún significado oculto? —preguntó Bernard a su esposa.

Katie pensó un momento y, con algo de resignación, respondió: —No puedo pensar en qué significado tendrá, pero significa algo; de que significa algo, significa algo. ¿Cómo puede un niño soñar algo así?

—No lo sé, pero eso quiero saber —concedió Bernard.

—¿Reggie no te dijo algo más? —preguntó Katie.

—No, no me dijo más —negó Bernard.

—Tendremos que ver si te dice algo más a alguno de nosotros o si le dice algo a la psicóloga —Katie estaba muy segura de que esto era algo para discutir en la próxima cita con la psicóloga.

Bernard estuvo de acuerdo con eso.

Después de esa conversación y asegurándose de que Reggie estuviera bien, Bernard y Katie se cambiaron. Katie optó por algo más cómodo para estar en casa; tenía que terminar un cuadro para su clienta, pero también quería ver si podía hacer que Reggie le dijera algo más. Además, Bernard no logró convencer a Reggie de que lo mejor era ir a la psicóloga.

Fue así que Katie decidió tomar cartas en el asunto y hacerlo ella misma.

Se recogió el pelo frente al espejo y se puso un delantal para pintar. Bernard estaba sentado al borde de la cama, mirándola.

—¿Segura que no quieres que hable con él? Tú tienes trabajo —le comentó Bernard.

Katie observó a su esposo en el reflejo del espejo y, con una pequeña sonrisa, le respondió con un tono suave: —Ya lo intentaste, ahora veré cómo me va a mí.

Bernard suspiró un poco y le sonrió de vuelta.

Katie se giró hacia su marido y le dio un pequeño beso en la frente; sin percatarse de la sonrisa un poco más grande de Bernard, salió de la habitación.

Bajó las escaleras y encontró a Reggie, todavía en pijama, frente a la televisión. Reggie giró la cabeza y, al ver a la señora Gregors, la saludó.

—Hola —dijo Reggie.

—Hola, Reggie, ¿no te gustaría acompañarme a mi estudio? —le preguntó Katie.

Reggie pareció un poco confundido. —¿Estudio? ¿No se supone que los adultos no trabajan los domingos?

—Desgraciadamente, algunos sí, pero no tardará. Tengo pintura, por si quieres pintar también —ofreció Katie.

La idea le resultaba tentadora. —¿Te quedarás conmigo? —preguntó Reggie.

—Me quedaré contigo; además, no nos iremos de casa.

—¿No? —En la tele siempre había visto que los estudios estaban en grandes edificios y que había gente con peinados extraños.

Katie comenzó a caminar y Reggie la siguió. —Trabajo desde casa; lo hago cuando quiero o cuando necesito terminar un pedido.

—¿En serio?

—Sí.

El estudio estaba en el jardín trasero. Cuando entraron, Reggie notó inmediatamente las pinturas colgadas en las paredes naranjas, los lienzos, los caballetes, los pinceles y algunas partes de las paredes ligeramente manchadas de diferentes colores.

Katie se acercó a un caballete con un lienzo cubierto por un trapo blanco ligero. Al destaparlo, reveló una pintura de un campo de violetas, el cual Reggie observó con atención.

Katie notó su interés. —¿Te gusta la pintura?

—Es muy hermosa —dijo Reggie con sinceridad. El estilo de pintura de la señora Gregors le resultaba encantador; siempre le había gustado observar los detalles en los dibujos.

—Me alegra que te guste; espero que a mi cliente también le guste mucho —dijo Katie.

Katie sacó algunas pinturas, tomó una botella de agua medio llena, vertió un poco en un vaso y sumergió el pincel para mezclarlo con la pintura blanca de su paleta. El blanco, en sí, no era puro, pero eso es lo que necesitaba Katie para la pintura.

Reggie miraba los cuadros en las paredes: paisajes de flores, atardeceres, comida, un poodle con un moño enorme, todo bien pintado ante los ojos de Reggie.

—¿Pintaste todo esto? —preguntó Reggie.

—Sí, algunos los pinté por gusto y otros son pedidos que no fueron recogidos —respondió Katie.

—Es muy lindo, ¿por qué no lo querrían? —preguntó Reggie, frunciendo el ceño, extrañado.

—No lo sé —confesó Katie—. A veces, la gente es así, pero me gusta pensar que hay más personas responsables.

—Sí —concordó Reggie.

—¿Te molesté anoche? —preguntó Katie.

—No, tan pronto se acostó se quedó dormida, muy quieta como un árbol —respondió Reggie.

—Me alegra no haberte molestado —expresó Katie, mirándolo de reojo con una sonrisa.

—Nunca molestas, eres muy amable —con el tono tranquilo con que Reggie dijo eso, Katie se sintió halagada.

Se dio cuenta de que estaba dando muchas vueltas y que tendría que ser más directa.

Katie se volvió completamente hacia Reggie, quien estaba de pie mirando el cuadro del poodle. —Sobre anoche, Reggie, Bernard me contó acerca de la pesadilla que tuviste y quisiera saber: ¿viste algo más? —preguntó Katie con calma.

Reggie guardó silencio y examinó el estudio. Katie se acercó más y se agachó a su altura.

—Sé que eso fue muy horrible, y quiero ayudarte. No tienes que decirme exactamente qué viste; con un "sí" o "no" está bien —le dijo Katie.

Reggie volvió a mirar a su alrededor y, al no ver nada, bajó un poco la cabeza y respondió: —Sí, era una cosa negra —respondió casi en un susurro, sintiéndose un poco ansioso mientras jugaba con sus dedos.

Katie frunció levemente el ceño. —¿Cosa negra? —murmuró para sí misma, pero Reggie la escuchó y asintió. —¿Viste eso más de una vez?

—Sí —respondió Reggie, con voz baja.

—¿Fue en tus sueños?

—Sí —confirmó Reggie, nuevamente en un tono bajito.

Reggie levantó la cabeza y se encontró con una expresión de preocupación en el rostro de Katie. Se arrepintió de haber hablado.

—¿Me ves así porque es malo? ¿Me va a regresar al orfanato por eso? —preguntó Reggie. Katie abrió mucho los ojos ante lo que escuchó.

—No, ni yo ni Bernard te vamos a regresar al orfanato. ¿Por qué piensas eso? —preguntó Katie, con un claro tono de preocupación y conmoción.

Reggie seguía jugando con sus dedos. —Un niño en el orfanato dijo que a los adultos no les gustan los niños problemáticos y yo me he portado mal —confesó Reggie, con la voz temblando levemente.

Katie dejó su paleta y pincel de lado y tomó las manos de Reggie entre las suyas.

—No te has portado mal y no te devolveremos al orfanato. Bernard quiere que estés bien y yo también, y no te irás a ningún lado —le dijo con determinación.

—¿No lo hará? —Reggie seguía dudando.

—No —le aseguró—. Escucha, si vamos de nuevo con la psicóloga, ya no vas a soñar con eso. Sé que no te gusta, pero ¿puedes darle una oportunidad?, ¿por mí y por Bernard? Si no te gusta, buscaré una psicóloga con la que te sientas cómodo, ¿puedes? —le pidió Katie.

Sostenía sus manos con suavidad; era reconfortante. Reggie no disfrutaba ir con la psicóloga, pero si la señora Gregors decía todo aquello con sinceridad, entonces él podía ir otra vez si eso era lo que los señores Gregors querían y si no era una molestia para ellos.

—Está bien —dijo Reggie, con voz baja y tranquila.