Reggie no durmió; ni siquiera tenía sueño. Solo quería que el señor Gregors se marchara. Una vez que lo hizo, se sentó en su cama unos segundos y lo llamó por el nombre de su padre. Su corazón dolía y, al mismo tiempo, estaba enojado.
Se levantó de la cama y abrió una de las puertas de su guardarropa, aquella donde había un espejo para observar detenidamente su reflejo. ¿Se parecía a su papá? Según muchas personas, era muy parecido a él: el mismo tono de cabello cobrizo, la misma textura, las expresiones que hacía, algunas frases que decía.
Pero él no era su papá.
Aunque había un notable parecido, era evidente que era solo un niño. No es que le desagradara parecerse a su padre; Reggie pensaba que, a medida que creciera, se vería aún más como él. Quizás así sería igual de amable y trabajador, y eso sería bueno. Sin embargo, que el señor Gregors lo hubiera llamado de esa manera le causaba conflicto.
¿Quizás exageraba? ¿Se comportaba de nuevo como un niño inmaduro y caprichoso? ¿Se enojaría de verdad el señor Gregors esta vez por eso? ¿Debería pedir disculpas? Quería disculparse, pero al mismo tiempo, no.
Cerró la puerta de su guardarropa y, al voltear hacia la ventana cercana a su cama, allí estaba la figura negra asomada, inmóvil y en silencio, solo estaba ahí. Reggie ahogó un pequeño grito al notarla, quedándose congelado unos segundos. Por un lado, se sentía raro al volver a verla después de no haberlo hecho desde la mañana, y por otro, evidentemente tenía miedo.
Su señal para salir corriendo de la habitación fue cuando la figura negra movió un poco la cabeza. Reggie no tardó ni un segundo en huir rápidamente de la habitación sin mirar atrás.
Bajó apresuradamente las escaleras y, debido a que su mente solo pensaba en escapar, casi choca con la señora Gregors, que subía. Por suerte, nadie se cayó, aunque la señora Gregors se asustó un poco y soltó un pequeño grito al casi chocar con Reggie.
—Perdón, señora Gregors —se disculpó de inmediato Reggie.
—Tranquilo, Reggie, no pasa nada. Pero, ¿por qué corrías? Es peligroso correr por las escaleras —le dijo Katie.
—Yo... quería ver si ya había comida, tengo hambre —respondió Reggie. Era una verdad a medias, acababa de darse cuenta de que sí tenía hambre.
—Todavía no está el almuerzo, pero mientras puedes ver la tele —le dijo con su habitual tono amable.
—Sí, está bien —respondió Reggie.
—Pero esta vez, por favor, no corras por las escaleras —pidió Katie.
—Está bien —asintió Reggie y comenzó a bajar las escaleras, esta vez sin correr.
Cuando llegó abajo, no había nadie; el señor Gregors no estaba. Eso alivió a Reggie, que se dirigió al sofá y tomó el control remoto. Se sentó y, al encender la televisión, comenzó a navegar entre los canales. En ese momento no quería ver documentales, así que decidió elegir una caricatura. Terminaría viendo "Samurai Jack", que lo entretuvo bastante.
Seguía mirando la televisión cuando sintió que alguien se sentaba al otro lado del sofá. Miró de reojo y se dio cuenta de que era el señor Gregors. Reggie continuó mirando la pantalla y decidió no prestarle atención. Era muy grosero, quizás demasiado inmaduro, pero no quería hablar con él en ese momento.
Bernard, por otro lado, lo miraba de reojo. Tenía que disculparse, pero Reggie claramente estaba evitándolo. No quería forzar nada, pero no sabía cómo empezar, sobre todo si Reggie no le prestaba atención. Quizás, primero, debería intentar de una manera menos directa.
—¿Dormiste bien tu siesta? —preguntó Bernard, tratando de sonar casual.
—Sí —respondió Reggie, tranquilo, sin apartar la vista de la televisión.
—Oh, qué bien —dijo simplemente Bernard.
Hubo un silencio incómodo; Bernard no sabía qué más decir, y aunque Reggie no lo miraba directamente, también se percibía su incomodidad en la forma en que intentaba acomodarse en el sofá. Bernard decidió ir al grano.
—Reggie, te quiero pedir perdón. De verdad, no quería, fue un error —se disculpó Simon.
Reggie miró a Bernard al escuchar esas palabras, sin saber qué responder o cómo sentirse. Por un lado, no creía del todo esas disculpas; pequeñas voces repetían constantemente en su mente que no se sentía arrepentido, que el señor Gregors no se disculpaba porque quisiera. Por otro lado, le agradaba recibir esa disculpa; le hacía sentir un poco feliz.
Confuso, no podía dejar de callar, sobre todo porque el señor Gregors claramente esperaba alguna reacción o respuesta de su parte. Por lo que le respondió:
—Está bien, no importa —contestó con simpleza, al menos lo intentaba.
Bernard notó algo extraño en el tono de Reggie.
—¿Reggie, te encuentras bien? —preguntó Bernard lentamente.
—Estoy bien, señor Gregors —respondió Reggie rápidamente.
Bernard quería insistir un poco más, pero en ese momento no era buena idea, así que guardó silencio y se quedó mirando la televisión con Reggie. Era un momento tranquilo, aunque aún había un leve rastro de incomodidad que ambos intentaron ignorar.
Para suerte de ambos, el tiempo pasó sin que se dieran cuenta y, de pronto, apareció Katie.
—El almuerzo ya está, vengan a comer ahora —les dijo a ambos.
Reggie y Bernard se levantaron de inmediato y se dirigieron a la mesa. Katie sirvió la comida: verduras salteadas con arroz al lado. Bernard se sentó a la derecha de Katie, mientras que Reggie se ubicó a la izquierda. Reggie no era muy fanático de las verduras; admitía que antes le daba todas las verduras de su plato a su papá. Sin embargo, la señora Gregors cocinaba muy bien, así que Reggie comió sin quejarse.
Katie notó lo tenso que estaba su marido y cómo Reggie parecía no querer mirar más que su plato, como si fuera lo más interesante de la casa. La disculpa que Bernard le debía a Reggie no había salido bien, y, dado lo incómodo del ambiente, no podía simplemente señalarlo.
—¿Y cómo está la comida? —preguntó Katie a Reggie, negándose a permitir que hubiera más incomodidad en la mesa.
—Está muy rica, muchas gracias, señora Gregors —respondió Reggie con sinceridad.
—Me alegra mucho —dijo Katie con una sonrisa, volviendo la mirada a Bernard—. ¿A ti también te gusta mi comida, Berny? —preguntó amablemente.
Bernard tragó rápidamente la comida que tenía en la boca. Sabía que ese tono era para evitar que se generara incomodidad. Y era exactamente eso: Katie no iba a quedarse en la mesa con un silencio incómodo, y tanto Bernard como Reggie debían hablar, incluso si no entre ellos en ese momento.
Los ojos de Katie lo miraban fijamente, como si silenciosamente le exigieran que hablara.
—Está muy rica, cariño —respondió Bernard con calma, y la falsa dulzura de Katie se transformó en una expresión genuina de ternura.
—Qué bien, cariño —dijo Katie, y Bernard pareció poder volver a respirar.
Reggie estaba un poco confundido por lo que acababa de presenciar. No entendía exactamente qué acababa de ocurrir. "Cosas de adultos", pensó y volvió a comer.
***
Estuvo mirando la televisión durante toda la tarde; pronto llegó la noche, y Reggie estaba viendo "El laboratorio de Dexter". Katie frunció un poco el ceño al notar que Reggie seguía pegado a la pantalla. Realmente tenía que hablar con Bernard y con Reggie al día siguiente.
—Reggie, ya van a ser las 09:00; deberías ir a dormir —le dijo Katie.
—¿No puedo seguir mirando la tele un poquito más? —preguntó Reggie.
—Puedes, pero mañana será domingo y podrás ver lo que quieras. Ahora es hora de dormir —le dijo Katie en un tono tranquilo pero firme.
—Está bien —aceptó Reggie, tomó el control remoto y apagó la televisión.
Reggie se dirigió al baño, se cepilló los dientes y se puso su pijama. Ya estaba listo para dormir. Al salir del baño, se encontró con los señores Gregors, ya vestidos con sus pijamas. Evitando mirar demasiado al señor Gregors, Reggie les dijo:
—Buenas noches.
—Buenas noches, Reggie —respondió Katie.
—Buenas noches —dijo Bernard.
Reggie, un poco apresurado, fue a su habitación y cerró la puerta. Se acercó a la ventana y echó un vistazo al exterior: todo estaba oscuro y las luces de la calle iluminaban tenuemente. Rápidamente cerró la ventana y bajó las persianas. No tenía sueño y buscó alguna cosa que hacer. ¿Releer el capítulo sobre anfibios terrestres de su libro? No le apetecía. ¿Hacer la tarea? Ya había completado toda. ¿Entonces, qué?
—Qué aburrido —se quejó Reggie, recostándose en la cama y mirando el techo con desinterés. Dio algunas vueltas y volvió a quejarse. —¿Contar ovejas funcionaría? Pero no me gustan mucho las ovejas —murmuró una vez más.
Sin que nada de lo que pensaba le sirviera para dormir, Reggie decidió seguir el ejemplo de algo que vio en la televisión. Recordó que había visto una película donde un chico miraba el techo hasta quedarse dormido, así que probaría eso.
Reggie se acostó boca arriba en su cama, se cubrió con la sábana y fijó la mirada en el techo blanco. No sentía sueño y no cerraba los ojos; quizás no funcionaría. A medida que pasaban los minutos mirando el techo, la aburrición crecía poco a poco, incluso comenzaba a relajarse.
Sus músculos se iban relajando, se acurrucó más contra su almohada y sus párpados empezaron a pesarle. Tanto, que le dificultaba mantener los ojos abiertos. Ya comenzaba a sentir sueño. Al parecer, estaba funcionando. Poco a poco, sus párpados se cerraron y Reggie logró conciliar el sueño. Se había dormido.
***
Reggie despertó, y lo primero que percibió fue que estaba en su habitación, pero no en la casa de los Gregors. No. Estaba en su hogar anterior, en el apartamento donde solía vivir. Reggie lo podía reconocer: el techo de su cuarto era de color verde, las paredes estaban adornadas con sus dibujos, la lámpara de búho, la cama, todo.
Estaba muy confundido. ¿Acaso todo era un sueño? ¿Su padre nunca murió y todo lo que vivió solo fue una pesadilla? Era extraño, demasiado extraño y confuso.
La puerta se abrió y, al fijarse en quién lo había hecho, Reggie abrió los ojos de par en par con sorpresa. Sintio su pecho oprimirse y su corazón latir rápido, casi llora y si llorara no podría contenerse.
De pie estaba un hombre alto, parecía tener unos 30, con el cabello color cobrizo, ojos marrón oscuro, un suéter negro y gris con las mangas rojas, y una expresión tranquila y serena: era su papá, Simon Harris, vivo.
Simon lo observó con su mirada tranquila—Es domingo, Reggie. Deberías dormir un poco más. ¿Pasó algo? —preguntó Simon. Incluso su voz era la misma.
Reggie no pudo resistir más; se levantó rápidamente de la cama y abrazó a su papá. Simon lo miró sorprendido.
—¡Papá! ¡Estás bien! ¡Estás aquí! —gritó Reggie con felicidad. Todo había sido una pesadilla; su papá seguía con él, no lo había abandonado, aún estaba vivo.
Reggie sintió cómo su padre le acariciaba la cabeza con suavidad, un gesto que no había sentido en mucho tiempo, al menos en su sueño.
—Yo no me fui, Reggie. Solo estaba abajo viendo la tele —dijo Simon.
Reggie alzó la vista y notó en el rostro de su padre una expresión que nunca había visto antes; jamás lo había visto con una expresión tan... sombría.
Reggie se puso rígido y se alejó un poco.
—¿Papá? —preguntó Reggie extrañado.
—Reggie, sabes que él viene. Ya vino —dijo Simon con aquella misma expresión, pero con una pequeña sonrisa.
Reggie se asustó y se separó de él. No era su papá; su papá no se comportaría así.
Poco a poco, la cara de esa persona que intentaba hacerse pasar por su padre cambió. Su expresión se endureció, su rostro comenzó a deformarse, como si objetos extraños se movieran debajo de su piel, como si bichos enormes caminaran bajo ella, intentando devorar su carne desde adentro, y parecía no sentir dolor alguno.
Sus ojos también comenzaron a cambiar; las pupilas se ensancharon, cubriendo los iris y el blanco de sus ojos, dejando solo un profundo negro. Abrió la boca, como si fuera un pez fuera del agua, intentando respirar. De su boca salía lo que en un principio parecía un hilo de baba, pero pronto comenzó a gotear un líquido oscuro, un tono entre rojo que no parecía sangre, era oscuro, pero no sabía qué era.
Reggie seguía mirando sin moverse de donde estaba, temblando, con suspiros entrecortados; sus ojos miraban con horror y las lágrimas amenazaban con brotar. Esto era horrible, completamente horrible; incluso sentía que se hacía pipí en los pantalones del miedo que tenía.
De repente, el rostro de su falso padre comenzó a derretirse, como cera de vela en el fuego. Su piel goteaba junto con algo de sangre y Reggie comenzó a gritar a todo pulmón.
Gritaba aterrorizado ante lo que estaba viendo, mezclando sus lamentos con llantos desesperados, cerraba sus ojos con todas sus fuerzas, pero ni así lograba detener las lágrimas que no dejaban de caer.
Quería que parara, quería que se fuera, deseaba no estar allí.
Su garganta le dolía; incluso sentía un sabor metálico en la boca, desagradable. Abrió los ojos, ya rojos, y ya no estaba su falso padre con el rostro derretido. Ahora estaba la figura negra.
Con un aura oscura alrededor, casi como humo, las llamas negras conformaban su figura humanoide.
El aire se sentía pesado, incluso ya no había luz en su habitación. La oscuridad podía confundirse con la figura negra, pero dos puntos rojos se abrieron, lo que parecía ser los ojos de la figura, seguidos por un par más, rojos e intensos.
Los susurros se oían de nuevo, como si múltiples voces diferentes hubieran comenzado a hablar al mismo tiempo. Reggie se sentía abrumado y quiso gritar nuevamente al ver que la figura negra se acercaba, pero su garganta dolía tanto que ni siquiera podía hablar. Los susurros se intensificaban, parecían traspasar su cráneo.
Más y más susurros, la figura negra se acercaba cada vez más y un sabor metálico comenzó a inundar su boca.
Estaba perdido.
Y gritó.
—¡Reggie, estás bien! —abrió los ojos y vio al señor Gregors frente a él, sujetándolo de los hombros, mientras la señora Gregors estaba sentada en la cama junto a él.
No le dolía la garganta, y al mirar alrededor se dio cuenta de que estaba en su habitación en casa de los Gregors. Sentía los pantalones mojados y su rostro y ojos también estaban empapados.
—¡¿Reggie, qué pasó?! Estás llorando, te hiciste pipí y gritaste. ¿Estás mal? —preguntó Katie, preocupada y conmocionada, mientras Reggie temblaba.
Bernard soltó los hombros de Reggie al notar que este comenzaba a respirar con dificultad. —¿Reggie?... —quería decir algo, pero fue interrumpido por Reggie, que comenzó a llorar a todo pulmón y se lanzó a abrazarlo.
Bernard se sorprendió, pero no lo alejó. Le permitió llorar y aferrarse a él, mientras Bernard le palmeaba la espalda en un intento de consolarlo.
—Ya, ya, está bien. Solo fue una pesadilla; yo y Katie estamos aquí. Tranquilo —intentó calmarlo Bernard. Reggie se aferró más a su ropa, todavía temblando.