Gritos Internos

Miró la caja de cartón con el nombre "Simon" durante unos momentos, como si quisiera ver a través de ella. Se acercó y la abrió un poco. El contenido era algo que ya imaginaba: algunas fotografías pequeñas de Simon con Reggie, una foto de Roxanne, bolígrafos, documentos y sus cuadernos de trabajo, entre otras baratijas.

Oficialmente, el caso de Simon había sido cerrado; no había pistas, ni sospechosos, ni motivos ocultos que mostraran algo más que un suicidio. Su muerte fue declarada oficialmente un suicidio por sobredosis de pastillas a causa de la depresión. Él, junto a otros colegas, había recogido algunas cosas de Simon que tenía en la comisaría, así como otras que guardó su antiguo casero.

Bernard no tenía ni las ganas ni el corazón para tocar o sacar las cosas de la caja. Lo mejor sería dárselo a Reggie, ya que eran las cosas de su padre, pero Reggie solo era un niño; no podía darle esas cosas y esperar que no reaccionara mal. Lo más apropiado sería entregárselas una vez que creciera o tuviera la suficiente madurez para asimilar y entender todo.

Casi en un impulso, quiso tomar uno de los cuadernos y abrirlo, pero se resistió. No era correcto; no debía hacerlo. Cerró nuevamente la caja y decidió guardarla en su habitación. Cuando Katie regresara con Reggie, hablaría con ella. Subió las escaleras y fue directo a su habitación. Con la caja en mano, la guardó en su guardarropa. Escuchó un ruido y se asomó por la ventana; era el auto de Katie estacionado. Ya habían llegado.

Bernard bajó y, al llegar a la puerta principal, entraron Katie y Reggie.

—Hola, ya regresamos —le dijo Katie a su marido.

—Qué bien que regresaron. ¿Cómo te fue, Reggie? —preguntó Bernard. Sin embargo, Reggie no lo miró ni le habló; solo pasó a su lado y subió las escaleras, seguramente hacia su habitación.

Bernard se quedó callado un momento y luego miró a Katie, quien tenía una expresión algo preocupada.

—¿Pasó algo con la psicóloga? ¿O discutieron? —preguntó Bernard.

—No sé —admitió ella—. Salió molesto de la oficina de la psicóloga y tampoco me habló en el camino. Creo que no le gustó ir al psicólogo.

Bernard se masajeó un poco las sienes. —Entiendo, pero aunque no le guste ir, tiene que hacerlo. Evidentemente, lo necesita. ¿Te dijo algo la psicóloga?

—Dijo que Reggie estaba muy evasivo y que le incomodaba hablar sobre Simon —contestó Katie mientras se quitaba el abrigo.

Bernard no se sorprendió ante eso. ¿A qué niño le gustaría hablar como si nada sobre su padre muerto, especialmente si las cosas pasaron de una forma tan triste? —Hablaremos con Reggie cuando esté más calmado, Katie. El caso de Simon está cerrado —le dijo Bernard.

Katie se sorprendió un poco. —¿Ya lo cerraron? ¿Te dieron sus cosas?

—Sí, las guardé en el guardarropas. Por ahora, no podemos darle muchas de las cosas de Simon a Reggie, especialmente con cómo está en este momento —expresó Bernard.

Mientras tanto, en su habitación, Reggie estaba molesto. Se encontraba acostado boca arriba en su cama, mirando al techo. No le gustaba ir al psicólogo; le hacían preguntas, demasiadas a su parecer, y era incómodo tener que responder todo, especialmente si era de una mujer que no conocía. Con el señor y la señora Gregors era diferente; no le hacían preguntas complicadas, normalmente eran sobre la escuela, lo que quería comer, si necesitaba ayuda con la tarea o si deseaba ver la televisión. No quería ir otra vez. Quizás podía decirle al señor Gregors que no lo llevara más; de todas maneras, así molestaría menos y todos estarían felices, ¿cierto?

Recordó un poco el camino de regreso a casa en el auto. No vio a la figura negra desde la mañana; no la vio en el consultorio, ni en el camino, pero sí sintió una sensación familiar de cuando esta lo observaba. Volteaba por todos lados para ver si estaba, incluso se sentía un poco ansioso por no haberla visto aún.

¿Era normal no querer ver a la figura negra pero al mismo tiempo estar ansioso por no haberla visto? Era confuso; todo lo era, y no lo entendía, incluso si pensaba mucho en eso.

Se tumbó boca abajo en la cama y, levantando un poco la cabeza, vio la foto de él y su padre en la mesita de noche.

—Si estuvieras aquí, no estaría así ahora —dijo Reggie en voz baja, mirando la foto, específicamente el rostro sonriente de su padre, como si este fuera a responderle.

No quería estar enojado con su padre; ni siquiera estaba aquí como para hacerlo de verdad, pero no podía evitar pensar que no estaría pasando nada de esto si su padre no lo hubiera dejado.

Tomó una almohada y enterró su cabeza en ella, no quería pensar en nada más. Escuchó la puerta abrirse y levantó la cabeza. Era el señor Gregors.

—¿Puedo pasar? —preguntó. Reggie asintió.

Bernard entró en la habitación y se sentó en la orilla de la cama de Reggie. Este, sentándose en la cama, sostenía la almohada en la que había enterrado su cabeza unos momentos antes. Temía que Bernard estuviera enojado con él por haber sido grosero al llegar a casa.

Bernard lo miró. —Reggie, quisiera hablar contigo de algo... —empezó, pero fue interrumpido antes de poder continuar.

—Perdón, fui grosero y me porté mal —dijo Reggie.

Bernard lo miró unos segundos con confusión. —¿Por qué te disculpas?

Reggie solo miraba su almohada. —Porque no te saludé al llegar a casa.

—No voy a regañarte por eso —contestó Bernard de manera calmada.

Reggie se avergonzó un poco. —Ah, está bien —no sabía qué más decir.

—Solo quería saber cómo estás. ¿Cómo te fue en la psicóloga? —preguntó Bernard.

Reggie frunció un poco el ceño. —No me gustó ir ahí —dijo directamente.

Bernard parpadeó un poco. —¿En serio? ¿Por qué?

—Me hacen muchas preguntas y no sé cómo responder algunas; no me gusta —explicó Reggie. Hizo una pausa, alzó la mirada hacia Bernard y decidió decir lo que quería desde que regresó de la psicóloga. —Señor Gregors, ¿puedo no volver a ir?

—¿Qué? —Bernard no se lo esperaba.

—Piénsalo. No gastarás dinero, no tendrán que conducir el sábado por la mañana y yo no tendré que responder preguntas incómodas. Todos ganamos —dijo Reggie, intentando convencerlo. En su mente, eran razones muy válidas para dejar de ir al psicólogo.

Bernard procesó las palabras que acababa de escuchar y, tras un minuto de silencio, en el que Reggie pensó que había logrado convencerlo, Bernard habló.

—Reggie, no puedo hacer eso. ¿Sabes por qué tienes que ir al psicólogo?

Reggie pensó y luego respondió:

—Porque la trabajadora social dijo que lo hicieran.

Bernard negó un poco con la cabeza. —No solo por eso, es por ti, Reggie. Es para que estés bien.

—Pero estoy bien —obviamente era mentira.

—Reggie, sé que no te gusta, pero es por tu bien. Te ayudará; solo debes ir algunas veces más y lo notarás —intentó explicar Bernard.

Reggie, aun así, no estaba conforme con esa respuesta.

—Pero no quiero ir, no me gusta —dijo Reggie.

Bernard juntó sus manos e intentó explicarle con paciencia. —Aun si no te gusta, tienes que seguir yendo.

—No quiero —Reggie seguía resistiéndose.

Bernard respiró hondo y exhaló, intentando seguir manteniendo la paciencia; ya comenzaba a frustrarse un poco. —No entiendes nada...

—No quiero entender —interrumpió Reggie.

—Solo quiero ayudarte, Simon —dijo Bernard, alzando un poco la voz.

Reggie lo miró en silencio durante unos segundos. Bernard rápidamente se dio cuenta de su error y abrió los ojos con nerviosismo.

—Perdón, solo... solo me confundí, perdón, Reggie —se disculpó Bernard con rapidez.

Reggie siguió callado, repitiendo esas palabras en su mente una y otra vez. Hasta que, finalmente, habló:

—Quiero dormir, tengo sueño —dijo Reggie mientras tomaba rápidamente una manta y se recostaba, mirando a la pared y evitando mirar a Bernard. Era temprano, pero ya no quería seguir hablando con el señor Gregors en ese momento.

Bernard quiso volver a disculparse o intentar hablar más con Reggie. Suspiró, resignado y con algo de vergüenza en su expresión, aceptó. —Está bien, duerme bien, Reggie —dijo.

Se levantó de la cama con la intención de irse. Ya a punto de cerrar la puerta, miró por última vez a Reggie acostado al lado de la pared para luego salir y cerrar la puerta detrás de él.

***

En una parte de la casa, Katie, con un delantal blanco y el pelo recogido, estaba en su estudio de arte pintando un cuadro. Debía darle unos toques finales antes de comenzar a preparar el almuerzo. El estudio tenía pinturas ya terminadas en las paredes; la pared era de color naranja y había una alfombra absorbente de color morado. El cuadro se lo había pedido una clienta hacía una semana y quería que quedara perfecto. Como pintora, ganaba lo suficiente para tener ahorros propios y no tener que pedirle dinero a Bernard.

—¿Estarán hablando Bernard y Reggie? —se preguntó Katie mientras, con el pincel en mano, pintaba algunas hojas.

El cuadro representaba un jardín de violetas en un campo. Hasta ahora, la pintura se veía exactamente como Katie quería.

—Seguro está yendo bien —se dijo a sí misma Katie.

La puerta del estudio de arte se abrió y entró Bernard con una expresión que Katie no pudo comprender del todo.

—¿Hablaste con Reggie? —preguntó Katie, dejando la paleta de pintura en una mesita junto a otros materiales, pero aún con el pincel en una mano.

—Sí, pero fue mal —respondió Bernard, sentándose en una de las sillas acolchadas del estudio.

Katie se sentó en otra silla junto a él. —¿Qué sucedió?

A Bernard le daba vergüenza admitirlo, pero sabía que no podía ocultarle nada a Katie. —Intenté hablar con él sobre la psicóloga. Dijo que no quería ir y me frustré un poco y quizás...

—¿"Y quizás" qué? —inquirió Katie con sospecha.

—Y quizás, por accidente, lo llamé Simon —dijo Bernard finalmente, cubriéndose la cara con las manos.

Katie lo miró durante un segundo. De repente, Bernard sintió un pequeño dolor en la cabeza, como si una varilla o una rama lo hubiera golpeado. Levantó la cabeza y se dio cuenta de que Katie lo había golpeado con su pincel. Ella tenía una mirada molesta.

—¿Lo llamaste Simon? —preguntó Katie enojada—. ¿Cómo se te ocurre?

Sobándose un poco la parte donde Katie lo golpeó con el pincel, Bernard bajó la cabeza, apenado. —Lo sé, me equivoqué, pero fue sin querer. Seguramente Reggie ahora está enojado conmigo —expresó Bernard, aún sobándose el golpe.

Se equivocó y lo sabía. Tenía miedo de que a Reggie pudiera pasarle lo mismo que a Simon; no quería que estuviera deprimido y ocultara su dolor, tal como Simon. Nada de eso justificaba su error, y sabía que si a él lo hubieran llamado por el nombre de su padre fallecido, estaría muy molesto.

La mirada de Katie se suavizó. Con su mano sucia de pintura, acarició el rostro de su marido. Bernard levantó un poco la cabeza, y sus ojos azules se encontraron con los de Katie.

—Eres un poco tonto, ¿sabes? Aun así, te amo —le dijo Katie, con una pequeña sonrisa.

Bernard sonrió un poco. —Lo sé.

—Perdón por golpearte, pero te lo merecías un poco —dijo ella.

—Sí, debo disculparme y después hablar otra vez con Reggie, ¿cierto? —preguntó Bernard tanto a sí mismo como a Katie.

—Definitivamente —respondió Katie.

Bernard sintió algo raro en su mejilla. Con una mano, tocó su mejilla y se dio cuenta de que tenía un poco de pintura verde. Volteó a ver a Katie, que ahora parecía entre un poco apenada y bastante divertida.

—Oops —dijo simplemente.

Bernard se rió un poco; esto había pasado más de una vez antes. —Me lavaré la cara en un rato.

—Sí, deberías; aunque el verde te queda muy bien —dijo Katie en un tono de broma—. También debería limpiarme; ya debo hacer el almuerzo. Recuerda disculparte con Reggie —le recordó Katie a Bernard.

—Lo haré —respondió él.

En su mente ya estaba considerando qué decirle a Reggie para disculparse y no parecer insensible.