—¿Eso es lo que tienes que decirme? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Pero al anciano solo le respondió el silencio, y suspiró.
—Pero, ¿por qué pregunto? Conociéndote, no dirías nada. Solo guardarías silencio, siempre, una y otra vez. Valérico, ¿por qué? ¿Por qué te convertiste en esto? ¿Por qué te volviste así? Eres fuerte, no deberías ser así. Habla. Di algo.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Valérico.
—¿Esa misma pregunta otra vez?
El anciano gruñó, y se le pudo ver desenredando las piernas detrás de la cortina. El zumbido de calor se deslizaba lentamente por sus venas, y entrelazó sus dedos, mirando fijamente la tenue luz sobre el techo. —¿Me dirás lo que has hecho, o debería decirlo yo?
Nuevamente, solo silencio de Valérico.
—Bien —la voz insistió implacable—. Conseguiste una esposa, ¿verdad?
—Sí —habló Valérico sin ninguna duda, como si no tuviera ningún tipo de miedo hacia el hombre en ese momento.
—¿Y por qué?