—Mi padre quiere hablar conmigo —llegaron las palabras tensas de Valeric, que parecían suspirar en aprensión—. Y si no voy, lastimará a Diego. Nix está afuera de la casa, pero la seguridad no lo deja entrar.
No hubo movimiento, ni temblor, y Stella se quedó completamente quieta con los ojos clavados en él, como si no pudiera procesar la situación. —¿Vas a dejarme aquí sola hasta mañana?
El hombre solo respondió —Sí.
Ella lo miró durante mucho, mucho tiempo, y lentamente, sus ojos parpadearon. Sonrió, sus labios curvándose de manera cínica. —Ya veo. No me llevarás contigo si te lo pido, ¿verdad?
—No.
—Está bien —se volteó, queriendo caminar hacia la cama y sentarse, pero Valeric agarró su mano, haciendo que girara para que lo mirara—. Solo espérame. Volveré mañana por la mañana. Llámame si pasa algo, y también estaré aquí. ¿Está bien?