Esa tarde, Esme estaba de vuelta en el campo de entrenamiento, esta vez siendo muy consciente de cómo podía controlar su cuerpo. Sorprendentemente, le resultó más fácil saltar a través de los obstáculos a alta velocidad, ajustando sus zancadas instintivamente con una precisión recién encontrada.
No había comprendido del todo la extensión de su flexibilidad hasta que se encontró con los muñecos de madera que se balanceaban inesperadamente desde el lado del circuito. Altea los llamaba sus 'muñecos emergentes', lo cual sonaba gracioso, pero Esme empezaba a creer más en sí misma al esquivar cada obstáculo que se le venía encima.
Rocas que caen, ramas, troncos, lo que sea. Revana era implacable. Esme sabía que iba a enfrentar este entrenamiento infernal de nuevo mañana, así que planeaba pasar toda la noche dominando cada recorrido para poder perfeccionarlo por la mañana.