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Mirando por la ventana tras calmarse la tormenta, los ojos de Esme se posaron en un pueblo anidado en las montañas, cubierto de nieve. Un cálido resplandor ámbar parpadeaba desde las ventanas de las casas, creando un acogedor contraste con los oscuros y altos picos y la estrecha calle cubierta de nieve.
Parecía majestuoso, como si alguien acabara de pintarlo y estamparlo en ese lugar específico.
—Solo duró la noche —murmuró Esme, con un dejo de exasperación en su voz al girarse hacia Donovan, quien se acercó para estar a su lado, su mirada fija en el lejano pueblo adelante—. Sabes que me dijeron que la ventisca duraría dos días. Hice toda esa preparación ayer, y sin embargo, no hubo tormenta.
—¿Estoy exagerando? —suspiró.