—¡Hey!
El sonido de las botas de Dahmer golpeando repetidamente la puerta de hierro resonaba en el espacio cerrado donde estaba encerrado. El lugar olía a piedra húmeda y abandono, y el frío penetrante se filtraba en su piel, royendo sus huesos.
Sin comida, sin calor — ni siquiera le dieron el más delgado pedazo de tela para protegerse del frío. Solo tenía la oscuridad implacable como compañía.
Sus ojos, inyectados en sangre y atormentados, ardían con el agudo dolor que conlleva perder a un lobo. Su lobo había desaparecido, y la imagen del rostro frío de Esme parpadeaba en su mente.
Nunca imaginó que ella podría ser tan despiadada. Cuando él la había encerrado en la casa de la manada, al menos no la dejó morir de hambre. Y de alguna manera, ella había logrado encantar incluso al Alfa maldito. Con ese monstruoso poder protegiéndola, cualquier intento de tomar el control era inútil.