Llevando Mil Maldiciones

Pasaron unos días después de ese día.

Donovan regresó a los oscuros confines de su celda, y su decisión había sido tomada. Sentado en el suelo desnudo, sus dedos se cernían sobre las esposas metálicas que estaban atadas a su tobillo izquierdo.

Podía sentir el leve zumbido de energía fluyendo a través del dispositivo, y era un crudo recordatorio del castigo que le esperaba si aplicaba demasiada fuerza. Lo último que quería era desencadenar otra ronda de electrocución antes de siquiera haber conseguido forzar el mecanismo.

—Maldita sea... ¿qué hago? —murmuró entre dientes, su voz llevaba una mezcla de frustración e inquietud. Sus manos ya titubeaban, permaneciendo a solo pulgadas de la esposas.