Donovan se diluyó en las sombras, invisible para las criadas que pasaban apresuradas. Cuando el arco quedó despejado, regresó a su posición cerca del final del palacio.
Los prisioneros que trabajaban cerca se tensaron cuando lo vieron acercarse, sus herramientas temblaban en sus manos. Nadie se atrevió a decir una palabra mientras pasaba, su inquietud palpable en el frío silencio que lo seguía.
—¿En qué piensan los reales? —murmuró uno de los prisioneros en voz baja después de que Donovan se fuera, su voz temblaba de miedo—. ¿Dejar que un monstruo como ese ande libremente? ¿Y si nos ataca, como hizo con el otro prisionero aquel día? No quiero terminar muerto aún.
—Deja de exagerar —murmuró otro prisionero mientras tallaba una piedra—. No ha tocado a nadie desde entonces. Mientras lo dejemos en paz, él nos deja en paz. Eso lo dejó claro desde el principio.