Esme arrastró a Donovan hacia la ventana, su emoción apenas contenida al señalar hacia arriba, sus ojos brillantes reflejando las luces giratorias de la Aurora. Donovan siguió la dirección de su mano, sin reaccionar al principio, pero luego, sus labios se entreabrieron levemente como si él también estuviera momentáneamente atrapado por su brillantez.
—Es hermosa —admitió él, su voz más suave de lo habitual, casi reverente.
—Nunca había visto una antes —dijo Esme en voz baja, como si hablar demasiado alto pudiera romper la frágil magia del momento—. Solo había leído sobre ellas y visto pinturas de ellas. Nunca pensé que realmente estaría debajo de una al final del día.
Pero Esme no estaba satisfecha con solo mirar desde el alto cristal. Su pulso se aceleró con energía inquieta, y sin previo aviso, tomó la muñeca de Donovan. —¡Vamos! Se ve mejor desde afuera.