Catrin se tensó ante esas palabras.
—¿Me estás culpando a mí de todo? —preguntó como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
Pero Brenda no dudó.
—Sí, tú tienes la culpa de todo, Catrin —dijo con convicción. Pausó por un momento antes de continuar—. Tú solo viste la lucha que te dejé, pero nunca viste el porqué. Incluso después de años, nunca te diste cuenta de que lo que te di no era para hacerte la vida difícil, sino para hacerte vivir en felicidad siempre.
Miró directamente a los ojos de su hija.
—Idris te amaba como nadie. Durante años, sin importar lo que le lanzabas —tu temperamento, tu distancia, tu orgullo— nunca perdió la calma, nunca te abandonó. ¿Realmente crees que, con la forma en que has sido, alguien más se hubiera quedado a tu lado así? ¿Que te hubiera amado como él lo hizo?
Habían pasado más de dos décadas. Era tiempo suficiente —más que suficiente— para que Catrin lo entendiera. Pero ella nunca lo hizo.