Davian les había dicho que dejaran el vestíbulo, pero Matilda sentía una aversión física a dejar que esa puta de mala muerte entrara más en la mansión.
—Vas directo de vuelta de donde viniste —le espetó.
—Escuchaste al jefe —Sofía le regaló una sonrisa, encendiendo su cigarrillo—. Dame una buena habitación, Art —le lanzó a Arthur—, por los viejos tiempos.
Arthur no había dicho una palabra, solo su nombre, desde que se topó con Sofía en el vestíbulo.
—¿Por qué has vuelto? —preguntó en voz baja, temblorosa.
Arthur quería creer que temblaba de ira, pero nunca podría estar enojado con Sofía.
—Me enteré de que mi hijo estaba embarazado —dijo ligeramente Sofía—. ¿Qué madre no aparecería?
—Te odia —le dijo Arthur con franqueza.
Sofía parecía imperturbable ante esa declaración, —Pero tú no, ¿verdad? —dijo con un tono burlón.
Arthur no dijo nada a eso, —Deberías irte.
Sofía frunció el ceño, arruinando sus suaves rasgos —No me jodas diciéndome qué hacer, Art.