—Los regios ojos dorados de Damián se abrieron con completa sorpresa mientras los deslizaba sobre el cuerpo de su prometida, atada con cuerdas y empapada en sudor —dijo—. Al principio, la incredulidad nubló sus pensamientos: ¿por qué estaría Rosalía en una situación tan terrible, restringida de manera tan degradante? Aún así, allí estaba, y la vista de ella en tal miseria encendió una intensa rabia dentro de él.
—Abrumado por un torrente de emociones, se apresuró hacia ella y hábilmente la liberó de las crueles ataduras, envolviendo su chaqueta alrededor de su temblorosa y casi inerte forma, y atrayéndola hacia su pecho ancho y protector —continuó diciendo—. La delgadez de ella en sus brazos solo aumentaba su furia. Con Rosalía firmemente sujetada, se giró hacia la salida del vagón de carga y bramó, su voz resonante retumbando como un trueno—. ¡Todos, rodeen el carruaje! ¡Julián! ¡Ven aquí al instante!