En el corazón del Palacio Imperial, se desplegaba la resplandeciente extensión de la Biblioteca Imperial. Bañada en una radiante y cálida luz, el ambiente estaba impregnado del aroma de pergamino antiguo y madera pulida. Majestuosas estanterías, ornamentadamente talladas, se elevaban hacia el cielo, albergando un tesoro de conocimiento que abarcaba eras.
La luz del sol danzaba a través de las ventanas de vidrios de colores, proyectando patrones caleidoscópicos sobre las filas de tomos meticulosamente ordenados. Un silencio sereno envolvía el espacio, invitando a los buscadores de sabiduría a recorrer los tranquilos recovecos. Cada libro, centinela de historia e imaginación, llamaba con promesas susurradas de aventura y esclarecimiento en este refugio de conocimiento y tranquilidad.
—¡Hace bastante tiempo, Rosalía!