Damián se recostó en el cómodo sofá negro de su estudio, situado en el corazón del mismo. Se permitió un generoso sorbo de vino tinto del norte, mientras hojeaba casualmente una considerable pila de documentos firmemente sostenida en su mano derecha. El enorme volumen de trabajo que enfrentaba ya pesaba sobre él, considerando las intimidantes preparaciones para la inminente campaña militar. A esto se añadía ya un reto sustancial: su propia boda. Y no con cualquiera, sino con la Dama Rosalie Ashter.