En el instante en que Rosalía cruzó el umbral de la grandiosa mansión de Damián, se encontró con que Ricardo la recibía, cuyo rostro presentaba las inconfundibles marcas de la ansiedad, contorsionándose en una muestra de angustia. Se movió hacia su dama con un sentido de urgencia, preparado para atacarla con un aluvión de preguntas presionantes. Sin embargo, Rosalía intervino rápidamente, anticipando su andanada con una sutil negación de su cabeza.
—Ricardo, por favor envía un mensajero al Templo Sagrado y pide por Altair. Me temo que necesito urgentemente de su asistencia —el mayordomo inicialmente dudó, su mirada fatigada aún sobre el abrigo acunado en los brazos de la Señora Ashter. Eventualmente accedió, asintiendo en conformidad y poniendo en marcha de inmediato su directiva. Simultáneamente, Aurora, con un semblante perturbado, se apresuró hacia Rosalía, y su curiosidad, parecía, superaba incluso la orden previa de su dama.