Rosalía firmó cuidadosamente otro documento más, una rutina familiar que se había convertido en una parte significativa de su vida desde la partida de Damián. El papel volvió a manos de Félix, manchado con la tinta reveladora de incontables transacciones. Su escritorio era un mar de papeles, cada uno representando un hilo en el intrincado tapiz de sus nuevas responsabilidades.
En ausencia de Damián, quien había sido la fuerza guía del hogar, Rosalía había asumido el papel de la Duquesa. Inicialmente abrumada por las complejidades de su trabajo, se había encontrado a la deriva en un mar de tareas. Sin embargo, con el apoyo inquebrantable y la guía de Félix, había comenzado a navegar por este territorio desconocido con una creciente sensación de competencia.