Jaula Dorada

La Oscuridad se había convertido en la inquebrantable compañera de Rosalía, una constante presencia en su vida actual.

Cuando abrió sus ojos, sus espesas pestañas negras desvelaron un mundo envuelto en una oscuridad interminable. Curiosamente, en medio de este vacío sin fin, ahora podía percibir su propio cuerpo. Se encontraba vestida con un fluido vestido de terciopelo burdeos, cuyo diseño dejaba los hombros al descubierto, acentuado por mangas sueltas y un delicado cinturón de terciopelo del mismo tono, ceñido a su cintura con un elegante lazo en su centro.

Sentada sobre el frío suelo negro, surgió en ella el deseo de moverse. Sin embargo, una fuerza invisible parecía frustrar sus esfuerzos, similar a ataduras que la amarraban de muñecas y tobillos, quizás a alguna entidad imperceptible e inquebrantable.