Volviendo a Casa

El pequeño y oscuro dormitorio del Templo era ominosamente silencioso, solo gruñidos ocasionales y exhalaciones débiles viajaban a través del aire frío y quieto y sacudían el espacio como truenos lejanos.

Altair estaba arrodillado en el frío suelo de madera, sus puños fuertemente apretados presionados contra sus muslos, sangre oscura goteando de las largas y gruesas heridas que tallaban la piel de su espalda desnuda.

Lentamente, como si estuviera guiado por una cuerda unida a su muñeca derecha, movió su brazo hacia arriba y presionó su palma abierta contra la piel caliente en la parte trasera de su espalda, moviéndola ligeramente hacia arriba y hacia abajo, esparciendo más sangre sobre ella, como si intentara sentir algo con sus dedos.

Finalmente, levantó la cabeza una vez más, enfrentado por la voz siniestra, casi demoníaca, que emanaba de la oscuridad a su alrededor.