La Santa Oculta

Los suaves y cálidos rayos del gentil sol de primavera se infiltraron lentamente en la tranquila habitación, revelando el delicado baile de diminutas partículas de polvo suspendidas en el calmado aire matutino. Los amplios ojos azules de Angélica permanecían fijos en la robusta mecedora de madera colocada al lado de la imponente ventana abierta. La silla se balanceaba suavemente en respuesta a la fresca y vigorizante brisa matutina, como si una presencia invisible la ocupara.

A raíz del desafortunado incidente que empañó su celebración de cumpleaños, a la princesa le tomó penosos cuatro días finalmente recuperar la conciencia. Ahora, mientras se encontraba despertando de su prolongado sueño, una abrumadora sensación de desconcierto y desorientación la envolvió.

—Todavía no puedo comprenderlo... ¿Qué ha ocurrido dentro de mí?