En un estado que solo podría ser descrito como un semi-ensueño, Rosalía se movía con una lentitud deliberada por el largo y débilmente iluminado corredor de la mansión Dio, su destino fijado en la habitación principal. Desde la noche de su boda, la chica nunca volvió a su habitación original. En cambio, eligió habitar la habitación que compartía con Damián antes de su partida, pasando cada noche en la vasta y expansiva cama, encontrando consuelo en su grandeza, quizás renuente a cortar el último vestigio de intimidad que había compartido con Damián.
Su mente zumbaba incesantemente, inundada por una cacofonía de pensamientos y emociones intrincados. El recuerdo de su conversación con los gemelos Izaar se reproducía vívidamente en sus pensamientos, ocupando un lugar prominente en su paisaje mental. Sin embargo, de importancia suprema era la audaz, pero irresistiblemente seductora, proposición de Rostan.