Altair que vive por el amor

Altair colocó cuidadosamente la pluma manchada de tinta, permitiendo que el líquido negro viscoso se secara en la superficie áspera del pergamino. Con precisión calculada, meticulosamente dobló la carta en un estrecho rollo, asegurándolo en su lugar con una delgada cinta negra. Al fijar el mensaje en la pata del grande y oscuro cuervo mensajero, que estaba pacientemente posado en el estrecho alféizar de la ventana, Altair le concedió al ave su tarea.

Al tomar vuelo el cuervo con gracia, el rítmico aletear de sus alas perforó la opresiva tranquilidad del Templo, dejando tras de sí una breve perturbación. Levantándose de su asiento, Altair tomó un abrecartas de borde afilado, cuya superficie pulida relucía bajo la luz tenue, antes de caminar lentamente hacia el pequeño espejo rectangular montado en la pared adyacente a la salida de la cámara.