Damián, envuelto en las sombras en la esquina distante del bullicioso salón del banquete, observaba la camaradería animada de Rosalía con ambos príncipes. Sus risas compartidas y charla fácil resonaban a través de la sala, amplificando el vacío dolor en su pecho. Los celos, inexplicables y formidables, surgían a través de él, envolviendo su corazón en una marea sofocante de emoción.
La inquietud y desasosiego le roían, una sensación de inquietud agitándose profundamente en su alma.
—Esto no me sienta bien —murmuró, su voz apenas audible por encima del zumbido de la multitud—. Yo... me siento increíblemente inseguro.
Aunque él reconocía el compromiso inquebrantable de Rosalía hacia su relación, sus constantes aseguranzas de amor y la ausencia de cualquier señal de descontento cuando estaban juntos, una persistente sospecha residía en Damián siempre que la veía interactuar con otros, ya sean hombres o mujeres. Era como si una fachada insincera ocultara sus verdaderos sentimientos.