Miedo y Temblor

Altair permaneció inmóvil, su determinación vacilante ante la imponente tarea que tenía por delante. Había tomado la decisión de enfrentar a Rosalía y revelarle sus secretos más íntimos, pero a medida que las palabras escapaban de sus labios, un miedo inesperado, largo tiempo dormido, hizo aparición, apoderándose de él con un agarre implacable.

No era solo Rosalía quien temblaba de miedo ahora.

Con una lentitud deliberada, casi como buscando un fugaz momento de alivio, desvió la mirada, fijándose en la superficie brillante del suelo de madera pulida. Su mente, ahora un torbellino de pensamientos tumultuosos, se negaba a ceder ante la gravedad de la conversación inminente.

Finalmente, después de un momento de intensa lucha interna, recuperó su resolución y se dirigió a ella con un tono medido, teñido de una pizca de incertidumbre,

—Mi habilidades... me otorgaron un vislumbre, Señora Rosalía. Lo vi todo.