¿Ya estás de rodillas?

Rosalía acomodó cuidadosamente un mechón suelto de su larga cabellera detrás de su oreja, echando un vistazo más al reloj en la pared opuesta. Aunque solo habían pasado diez minutos después de la medianoche, ni Rostan ni ninguno de sus sirvientes habían aparecido para guiarlos hacia Haemir.

—¿Habrá sido eso una mentira? Sólo han pasado diez minutos, pero mi ansiedad los ha alargado hasta la eternidad. No he dormido desde que dejamos Rische. Tal vez debí haber aprovechado la oportunidad de tomar una siesta durante nuestro breve descanso... —pensó ella.

Observando el pálido y nervioso rostro de la dama, Altair se acercó a ella con pasos medidos. Suavemente, posó su mano en su hombro, ofreciendo una sonrisa amable y tranquilizadora.

—¿Tiene miedo, Señora Rosalía? —su voz baja y calmada resonó en ella, enviando escalofríos por su columna.