Con un tirón gentil pero firme, Cuervo la acercó hacia el asiento frente a él. El cuerpo de Serafina se tambaleó ligeramente por el movimiento repentino, y las fuertes manos de Cuervo rápidamente la estabilizaron agarrando su cintura, guiándola para sentarse en sus muslos.
El calor de su toque envió un escalofrío por su columna vertebral, y ella se encontró inclinándose hacia él, buscando consuelo en su abrazo.
La vista desde arriba era muy diferente a la de enfrente. El profundo escote de su cuello revelaba la suave y perfecta piel de sus pechos.
Cuervo no pudo evitar mirar, su mirada llena de admiración y un toque de celos posesivos. Se maravilló de la vista de ella, su deseo por ella creciendo con cada segundo que pasaba.
—Nunca he visto este vestido antes —comentó él, con voz baja. Sus dedos trazaron el borde de su escote, sintiendo la delicada tela contra su piel.