—No debería haber llorado tanto ayer…
Ella lo lamentaba —aunque un poco tarde—, pero aún así, su ligera sensación de mareo no había vuelto a la normalidad todavía. La amarga medicina solo calmaba su mareo en el mejor de los casos, dejando una persistente sensación de agotamiento. Sus ojos se sentían hinchados, y todavía podía saborear la sal de sus lágrimas en los labios.
—Solo toma una siesta.
Cuervo tocó su cabello, con suma delicadeza, sus dedos pasando a través de sus suaves mechones con una ternura que decía mucho. Su toque era como un bálsamo para sus nervios alterados, calmándola y estabilizándola de una manera que las palabras no podían.
—El doctor te aconsejó que durmieras bien. Así que, cierra los ojos y duerme tranquila.
—Pero…