Las palabras juguetonas de Cuervo trajeron una sonrisa a los labios de Serafina mientras él gentilmente apartaba un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja. El pequeño y tierno gesto calentó su corazón.
—Prefiero que me hables sobre tu día —dijo Serafina, apoyándose en su reconfortante contacto. El calor de su mano contra su piel era como bálsamo para su alma cansada.
—Estoy segura de que el mío fue aburrido comparado con el tuyo. Todo lo que hice fue trabajar—todo el día.
—Todavía no he ido al Palacio Imperial, así que cualquier cosa que me cuentes será interesante.
Sus oscuros ojos se iluminaron con interés. La suave luz de la tarde lanzó un brillo gentil sobre ellos, haciendo que su mirada pareciera aún más intensa, casi como si estuviera mirando directamente dentro de sus pensamientos.
—¿En serio? Entonces ven aquí, mi querida esposa —Cuervo la invitó con un tono bajo y seductor, su voz casi un ronroneo.