Cuervo permaneció en la celda débilmente iluminada, su mirada fija en Arjan, quien ahora parecía desmoronarse bajo el peso de su confesión. Su cuerpo temblaba mientras sus últimas defensas colapsaban. El pesado silencio en la celda era sofocante; la verdad finalmente estaba al descubierto.
—Tu obsesión por tomar lo que no era tuyo... te ha destruido, Arjan —Cuervo habló con una voz tranquila pero fría.
sus ojos se estrecharon mientras la miraba. Las palabras colgaban en el aire rancio de la prisión, resonando en las paredes de piedra.
Arjan se estremeció ante sus palabras, pero su rostro se torció, aún aferrándose a un ápice de desafío. —¿Destruida? No... solo quería lo que era legítimamente mío —Su voz se quebró, la confianza en sus palabras comenzó a tambalear, pero aún intentaba mantenerse erguida.
La mirada de Cuervo se suavizó, no por empatía, sino por lástima.