Siguen caminando a través del bosque, los árboles espesos a su alrededor, apenas unos pocos rayos de sol se filtraban a través de las ramas. Estaba tranquilo, excepto por el ocasional revuelo en los arbustos y el crujir de hojas bajo sus botas.
—¿Escuchas eso? —preguntó Serafina, deteniéndose de repente.
Cuervo inclinó su cabeza. —¿Qué?
—Agua —dijo ella, tirando de él hacia adelante—. Vamos, vamos a echarle un vistazo.
Unos pasos más y llegaron a un claro. Allí, oculta entre rocas y altos árboles, había una cascada, vertiéndose en una pequeña y clara poza. El sonido del agua al caer llenaba el aire, y gotitas de neblina flotaban alrededor, atrapando la luz del sol.
—Guau —exhaló Serafina, con los ojos iluminados. Miró el agua por un momento antes de girarse hacia Cuervo, una sonrisa se extendía en su rostro—. Tengo ganas de darme un baño.
Cuervo alzó una ceja. —¿Aquí? ¿Y si alguien aparece?