Alberto.

Punto de vista de Luna

Me desperté, desorientada e insegura de mi entorno. El colchón suave debajo de mí se sentía desconocido, y mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de que estaba acostada en una cama en una habitación extraña. Las paredes eran de madera áspera y sin pintar, y el techo era bajo, lo que daba al espacio una sensación de estrechez, casi claustrofóbica.

Me levanté lentamente, mi cabeza aún nublada por el sueño. ¿Cómo llegué aquí? Lo último que recordaba era... el acantilado. Había saltado del acantilado para escapar del zorro, y luego... oscuridad. Mi ropa aún estaba húmeda, pegándose a mi piel, y mi cabello colgaba en mechones mojados alrededor de mi rostro.

De repente, la puerta chirrió y se abrió, y una figura entró. Mi corazón saltó a mi garganta cuando un anciano entró.

—¿Estás despierta? —preguntó el anciano, sus ojos fijos intensamente en mí—. Pareces bastante mejor ahora.

—¿Quién eres? —museité, mirándolo con cautela—. ¿Dónde estoy?