31

[Minutos antes]

El mundo de Ellian se rompió en tan solo un segundo.

Un instante antes, Ronan estaba de pie, peleando desesperadamente por protegerlo; un instante después, la hoja plateada de la daga se hundía despiadadamente en su abdomen.

Los ojos de Ronan se abrieron desmesuradamente por la sorpresa y el dolor. No hubo un grito, solo un jadeo ahogado, un sonido húmedo e insoportable que quedó grabado en la mente de Ellian.

La sangre brotó lentamente, oscura, casi irreal bajo la luz rojiza del fuego. Primero fue apenas una mancha escarlata extendiéndose lentamente, luego, un hilo constante, cálido y viscoso, hasta convertirse en un charco que empapó el suelo.

Ellian sintió cómo el calor de esa sangre mojaba sus propias manos, tibia, real e insoportable.

—¡Ronan! —Su grito emergió roto, una mezcla de horror y desesperación.

El cuerpo de Ronan se arqueó dolorosamente cuando el encapuchado giró la daga, desgarrando aún más su carne y provocándole un jadeo seco y angustioso.

—¡NO! ¡Déjalo, por favor! —sollozó Ellian, revolviéndose inútilmente en los brazos que lo retenían.

Sus pataleos eran débiles. Sus golpes, insignificantes.

La desesperación crecía con cada respiración, convirtiéndose en una agonía insoportable al entender su realidad:

Era débil.

En este cuerpo frágil de niño, no había magia ni fuerza capaz de salvar a Ronan.

—¡Ronan! ¡RONAN! —gritó con toda la fuerza que sus pequeños pulmones podían permitirle, mientras veía cómo la vida de su guardián se escapaba lentamente.

La daga se retorció con crueldad, desgarrando aún más su carne.

El cuerpo de Ronan convulsionó por el dolor.

Intentó decir algo, pero solo consiguió expulsar más sangre.

Ellian estalló en llanto, sintiendo cómo su corazón se partía en mil pedazos.

—¡Hermano…! —Su voz se perdió entre gritos de miedo y desesperación—. ¡Noah, ayúdame!

Pero Noah no podía escucharlo. Seguía atrapado en una lucha feroz contra los espectros, incapaz de romper el cerco que le impedía llegar hasta ellos.

Ellian sintió por primera vez en su vida una impotencia absoluta.

Era débil.

Su conocimiento, sus recuerdos, su sistema… nada servía en ese instante crítico. Su cuerpo infantil era incapaz de proteger a nadie.

Las lágrimas corrían incontenibles por su rostro.

Sus manos temblaron, manchadas con la sangre de Ronan, incapaces de hacer algo para detener la hemorragia.

—Por favor… no te mueras… —susurró entre sollozos desesperados.

Ronan intentó sonreír débilmente, apenas consciente.

—No… llores… Ellian… —su voz era apenas un murmullo débil, casi inaudible.

Antes de que Ellian pudiera reaccionar, sintió un fuerte golpe en su estómago que lo dejó sin aliento. Fue lanzado al suelo sin miramientos, incapaz de moverse, mirando impotente la daga que aún perforaba a Ronan.

El encapuchado se alzó sobre Ellian, listo para acabar también con él.

Ellian cerró los ojos con desesperación.

Pero el golpe final jamás llegó.

En cambio, un sonido seco de carne siendo cortada resonó en la calle.

Cuando Ellian abrió los ojos, vio la cabeza del encapuchado rodar por el suelo, la sangre salpicando su rostro.

Y frente a él, apareció una silueta que reconoció de inmediato.

Su madre, Rose, estaba allí.

Su rostro, habitualmente cálido y amoroso, ahora estaba helado, endurecido por una ira silenciosa que irradiaba poder. Aunque no poseía la fuerza devastadora de Adam o Noah, sabía luchar y curar. Sus dedos manipulaban hilos tan finos que eran casi imperceptibles a la vista.

Los otros encapuchados se giraron hacia ella, pero no pudieron reaccionar.

Sus cuerpos fueron atravesados y cortados en instantes por aquellos hilos invisibles que Rose controlaba con precisión mortal.

—¿Cómo se atreven a tocar a mis hijos? —su voz no fue más que un susurro frío, cargado de amenaza.

Uno a uno, los cuerpos de los encapuchados fueron cayendo al suelo, despedazados antes de siquiera poder defenderse.

El último encapuchado intentó conjurar una defensa, pero antes de pronunciar una sola palabra, su cabeza ya rodaba por el suelo empedrado.

La sangre salpicó el rostro de Ellian, quien abrió los ojos lentamente.

Vio a su madre acercarse a él, aún cubierta de sangre.

—No te preocupes, estoy aquí.

Pero su voz, aunque cálida por un segundo, rápidamente volvió a ser distante. No era momento de sentimentalismos.

Rose se arrodilló junto a Ronan, cubriendo sus heridas con magia curativa.

La hemorragia disminuyó considerablemente, dándole tiempo, aunque no garantizaba salvar su vida.

Ellian miró a su madre con ojos llenos de esperanza y miedo.

—¿Va a vivir…?

Rose no respondió de inmediato.

—Necesitamos un sanador —fue lo único que dijo, evitando promesas que no podía cumplir.

En ese mismo instante, Noah apareció junto a ellos, jadeante y agotado, con varias heridas visibles. Sus ojos violetas, normalmente fríos, estaban llenos de angustia al ver la condición de Ronan.

—¿Está vivo?

Rose asintió brevemente.

—De momento.

Ambos sabían que no quedaba mucho tiempo.

Pero ninguno pudo decir nada más.

Porque en ese instante, un rugido resonó en los cielos, desgarrando la quietud momentánea.

La flor, la maldita flor que había desencadenado esta tragedia, se había transformado en una bestia monstruosa, retorciéndose con violencia en el aire. Sus pétalos ahora eran garras oscuras, y decenas de ojos horribles observaban con hambre.

Rose se levantó con firmeza.

Noah apretó su espada con rabia contenida.

Pero ninguno de ellos avanzó.

Porque Adam Kafgert ya estaba allí, de pie, encarando a la criatura con calma absoluta.

Sus ojos carmesí brillaban intensamente, con un aura dominante y aterradora. Él era la verdadera amenaza, el depredador definitivo.

Y la bestia lo sabía.

Un rugido estremeció los cimientos de la ciudad imperial.

Adam sonrió ligeramente, no con arrogancia, sino con la fría determinación de quien sabe que tiene la victoria asegurada.

Envolvió la ciudad en una barrera mágica para protegerla del daño colateral que su pelea podría provocar.

Luego, dio un paso adelante, listo para enfrentar al monstruo.

Porque ahora era personal.

Habían lastimado a su familia.

Y nadie podía desafiarlo sin pagar un precio devastador.

El verdadero combate, la batalla decisiva entre la bestia florecida y el verdadero monstruo de esa ciudad, estaba por comenzar.

Adam avanzó lentamente hacia la criatura, sus pasos resonando en medio del silencio que había invadido la ciudad imperial. Las llamas aún ardían, pero todo parecía haberse detenido para presenciar este enfrentamiento.

La bestia lanzó un rugido desgarrador, y sus decenas de ojos se clavaron en él con odio y hambre. Sus garras negras se extendieron amenazantes, rasgando el aire mientras preparaba su ataque.

Adam ni siquiera desenvainó su espada.

En cambio, extendió lentamente una mano, su expresión fría e impasible, con una seguridad casi insultante para la criatura.

—Ven —murmuró con voz calma, pero cargada de autoridad.

La bestia, enfurecida por su actitud desafiante, se lanzó hacia él con una velocidad devastadora. El suelo tembló bajo su peso y el aire vibró con la presión del ataque.

Pero Adam no se movió.

La criatura impactó violentamente contra una barrera invisible que Adam había desplegado con apenas un gesto. Un escudo traslúcido brilló brevemente alrededor del archiduque, absorbiendo la fuerza monstruosa de la embestida.

La bestia rugió frustrada, retrocediendo y sacudiendo su cuerpo cubierto de pétalos y garras.

—¿Eso es todo? —Adam arqueó ligeramente una ceja, observándola con indiferencia.

La criatura, irritada por el tono provocador del hombre, comenzó a girar sobre sí misma, invocando sombras que emergieron del suelo como lanzas negras, disparándose hacia Adam desde todas las direcciones.

Adam hizo un ligero gesto con su mano derecha, y cada lanza de oscuridad se congeló en el aire antes de disiparse en humo inofensivo.

La bestia rugió aún más fuerte, esta vez liberando una oleada masiva de energía oscura, que consumía todo a su paso. Las piedras del suelo se agrietaron, y la presión del ataque era tan grande que incluso Noah y Rose tuvieron que cubrirse tras una barrera mágica improvisada.

Adam simplemente suspiró.

Levantó ambas manos y comenzó a susurrar palabras en un idioma antiguo, incomprensible y prohibido para la mayoría. Una energía oscura pero imponente emergió desde sus pies, envolviendo rápidamente todo su cuerpo. Sus ojos rojos brillaron intensamente.

La energía liberada por la bestia chocó contra él, pero en lugar de dañarlo, comenzó a ser absorbida lentamente por el aura oscura de Adam.

—Tu poder es inútil contra mí —dijo con frialdad—. Soy yo quien controla las sombras.

La criatura retrocedió, ahora sí, mostrando verdadera inquietud. Sus decenas de ojos se movían con desesperación, comprendiendo que no enfrentaba a un simple humano.

Adam aprovechó ese instante de duda.

Moviendo la mano con elegancia, invocó cientos de lanzas oscuras desde el cielo. Las armas descendieron con precisión absoluta, clavándose en el cuerpo monstruoso de la criatura y fijándola al suelo, inmovilizándola.

La bestia intentó luchar, pero no pudo escapar de la prisión que Adam había creado para ella.

Finalmente, el archiduque dio un paso más, acercándose al rostro retorcido de la bestia.

—Has cometido un grave error al amenazar lo que es mío —dijo con una voz fría, casi susurrante.

La criatura emitió un último rugido, pero ya era tarde.

Adam extendió su mano y tocó el núcleo oscuro de la bestia. Al hacerlo, una poderosa explosión de energía negra envolvió el área.

Cuando la luz se disipó, solo quedaba Adam, impasible y sereno, en medio de un campo vacío. La bestia había sido consumida por completo.

La ciudad quedó en silencio absoluto.

Adam respiró profundamente, mirando hacia Noah, Rose y Ellian con una leve pero auténtica preocupación, oculta detrás de su habitual expresión dominante.

Porque en el fondo, lo único que realmente importaba para Adam Kafgert siempre había sido su familia.