Cap 30

La ciudad imperial ardía bajo el asedio de los espectros.

Los rugidos de las criaturas resonaban en cada calle mientras los caballeros luchaban desesperadamente por contener la invasión.

La flor maldita, suspendida en el aire, latía con un resplandor siniestro, convocando a más de esas bestias que parecían formarse de las sombras mismas.

Eran treinta.

Treinta monstruos oscuros.

No eran miles.

No eran un ejército.

Pero cada uno de ellos tenía el poder de diez hombres.

Los caballeros estaban cayendo uno a uno.

Los hechiceros lanzaban conjuros para contenerlos, pero su magia apenas los retenía.

Noah Kafgert sabía que esta era su batalla.

No podía permitir que su hermano, Ellian, ni Ronan, ni los ciudadanos inocentes murieran por la maldición de esa flor.

Sabía que tenía un deber como noble.

Un deber como Kafgert.

El título Kafgert no provenía de un linaje antiguo, sino de la decisión del actual emperador.

El emperador se lo otorgó a su hermano menor, Adam, el hombre que lo había servido

El archiduque Adam Kafgert no

Lo forjó con su propia sangre.

Y Noah, como su hijo adoptivo, debía honrar ese nombre con sus propias acciones.

Pero en ese instante, Noah no pensó en el imperio.

Pensó en su familia.

Pensó en su hermano menor.

En Ellian, observándolo con el miedo reflejado en su mirada, pero con la misma determinación que él.

En Ronan, el leal sirviente, siempre a lado de ellian

Ellos eran su prioridad.

Noah levantó su espada.

La hoja negra, grabada con runas plateadas, brilló con el resplandor de su poder.

Las criaturas sintieron el cambio en la energía.

Y atacaron al unísono.

Noah se movió.

Su velocidad rompió el viento.

Con un solo giro de su espada, cortó a la primera bestia en dos.

Una explosión de cenizas negras cubrió el suelo.

Pero las otras veintinueve no se detuvieron.

Saltaron sobre él, con garras listas para despedazarlo.

¡Hermano! —gritó Ellian, queriendo correr hacia él.

Pero Ronan lo sujetó con fuerza.

No podemos interferir.

Ellian se negó a aceptar eso.

Noah era fuerte.

Pero treinta monstruos oscuros no eran un combate justo.

¿Cómo podía enfrentarlos a todos?

Noah desapareció en un destello de luz violácea.

Apareció sobre las criaturas.

Y descendió como un relámpago.

Su espada atravesó el pecho de otra bestia, destruyéndola de un solo golpe.

¡Diecisiete! —murmuró, contando los enemigos restantes.

Otra criatura intentó atacarlo por la espalda.

Pero Noah giró en el aire, creando un círculo mágico de fuego negro.

¡Arcanum Ignis!

Las llamas estallaron.

Dos más ardieron y se disiparon.

Quedaban quince.

Noah aterrizó con gracia.

Respiró hondo.

Su energía se estaba drenando.

Sabía que no podría aguantar por mucho más tiempo.

Pero no podía permitirse fallar.

El apellido Kafgert era una carga.

Pero su familia era su elección.

Y él ya había elegido.

Protegería a Ellian.

Sin importar el precio.

Noah estaba en medio del combate, su espada aún caliente por la magia que irradiaba, cuando un grito heló su sangre.

—¡Noah!

Su mirada se disparó hacia la dirección del sonido.

Ellian.

Ya no estaba con Ronan.

Los ojos de Noah se abrieron con furia cuando vio la escena.

Ronan estaba herido, su cuerpo inclinado hacia adelante, tratando de alcanzar algo. No. Tratando de alcanzar a alguien.

Ellian era arrastrado por la fuerza de dos figuras encapuchadas.

—¡Malditos! —rugió Ronan, intentando levantarse.

Uno de los encapuchados le dio una patada en el pecho, lanzándolo contra el suelo adoquinado.

El sonido seco del impacto hizo que Noah apretara los dientes.

—Es este niño.

La voz de uno de los secuestradores era ronca y áspera, como si las palabras le costaran salir.

—Llévatelo. Yo me encargaré de este mocoso. —bufó el otro, observando a Ronan con burla.

Ronan escupió sangre y se levantó tambaleante.

No le importaba si sus piernas no respondían. No le importaba si tenía que morir.

Él protegería a Ellian.

Sin importar qué.

Pero el enemigo era rápido.

Antes de que Ronan pudiera avanzar, el encapuchado alzó su mano y un hechizo oscuro brotó de sus dedos.

—Magia de atadura.

Cadenas negras salieron de la nada y envolvieron el cuerpo de Ronan, inmovilizándolo.

Ronan luchó, pero su fuerza no era suficiente para romperlas.

—Maldición… —gruñó, con la respiración agitada.

Los encapuchados se giraron con desdén.

—Un perro inútil.

El que sostenía a Ellian dio un paso atrás, preparándose para desaparecer en la negrura.

Noah observó la escena.

Sintió su sangre hervir.

Noah sintió cómo el aire se volvía pesado, cómo el mundo a su alrededor se tornaba borroso.

La imagen de Ellian, arrastrado por aquellos encapuchados, se grabó en su mente como una cicatriz ardiente.

Ronan estaba en el suelo, encadenado, herido

Noah estaba atrapado.

Los monstruos oscuros aún lo rodeaban, sus siluetas deformes reflejando la luz de los incendios en la ciudad.

Había eliminado a la mitad.

Pero aún quedaban quince.

Y cada segundo que pasaba, Ellian se alejaba más.

—¡Déjalo ir! —rugió, su voz cargada de un poder inhumano.

Pero los encapuchados no escucharon.

—Demasiado tarde.

La sonrisa burlona de uno de ellos hizo que la rabia de Noah estallara como un volcán.

Los ojos de Noah destellaron con un fulgor violáceo, la energía mágica dentro de su cuerpo estallando en un torbellino imparable.

El suelo se resquebrajó bajo sus pies, fisuras luminosas abriéndose a su alrededor como si la misma tierra respondiera a su poder.

Las bestias que lo rodeaban titubearon, por primera vez mostrando un atisbo de miedo.

Pero una de ellas se recuperó rápidamente.

Rugió con un estruendo ensordecedor y se lanzó sobre Noah con aún más ferocidad.

Las garras del monstruo cortaron el aire con precisión asesina.

Noah se movió para bloquear el golpe, pero no fue lo suficientemente rápido.

Un filo ardiente atravesó su costado.

El dolor explotó en su cuerpo.

Noah apretó los dientes, negándose a caer.

No tenía tiempo para el dolor.

Porque Ronan seguía atado.

Y Ellian estaba en peligro.

Sin pensarlo dos veces, Noah saltó en dirección a Ronan.

Los hechizos oscuros brillaban en las cadenas que lo inmovilizaban, drenando su fuerza poco a poco.

No podía romperlas con la espada.

No tenía el tiempo ni la energía para un contrahechizo.

Así que tomó la única opción posible.

—Teleportación: Liberación.

El aire vibró con su magia.

Un destello de luz envolvió a Ronan.

Las cadenas se deshicieron en cenizas, disipándose en el viento.

Pero el costo fue demasiado alto.

Noah sintió cómo su cuerpo se debilitaba.

La teleportación había drenado una cantidad absurda de maná.

Su respiración se volvió pesada.

El sudor resbaló por su frente.

Pero no podía detenerse.

Porque los secuestradores estaban huyendo con Ellian.

Porque las bestias aún lo perseguían.

Porque su hermano lo necesitaba.

Noah giró sobre sus talones y corrió tras los encapuchados.

Pero detrás de él, las sombras se alzaron de nuevo.

Los monstruos no lo dejarían avanzar tan fácilmente.

Noah sabía que no iba a ser un escape limpio.

Pero eso no importaba.

Porque su única prioridad era recuperar a Ellian.

Noah corrió, ignorando el ardor en su costado y la fatiga que amenazaba con devorarlo.

El viento azotaba su rostro mientras sus ojos se fijaban en las siluetas encapuchadas que se deslizaban entre las sombras, llevándose a Ellian con ellos.

Los monstruos no se quedaban atrás.

Como un enjambre de pesadillas vivientes, las bestias espectrales lo perseguían, sus formas grotescas deslizándose entre los escombros, con garras que rasgaban el suelo y ojos que ardían con un brillo antinatural.

Pero Noah no se detuvo.

A pesar de que su cuerpo clamaba por descanso.

A pesar de que su maná estaba drenándose peligrosamente.

Noah no tenía permitido caer.

Detrás de él, Ronan jadeaba, tambaleándose por la herida que lo debilitaba.

—Vete. —La voz de Noah fue un susurro gélido, casi sin emoción.

Ronan negó con la cabeza.

—No… puedo… Ellian…

Noah frunció el ceño.

No podía cargar con ambos.

No podía dividirse.

Y entonces, lo sintió.

Un escalofrío recorrió la ciudad.

Algo más había despertado.

El aire se volvió denso, como si el mundo mismo contuviera la respiración.

La flor maldita, suspendida sobre las ruinas, latió con un resplandor siniestro.

Como si sintiera el peligro.

Como si reconociera una amenaza mayor que Noah.

Una presencia se alzó entre la destrucción.

Noah se detuvo en seco.

El suelo tembló.

Los monstruos se apartaron, retrocediendo con gruñidos bajos, sus cuerpos encorvándose como si sintieran miedo.

Los encapuchados, que estaban a punto de cruzar las calles, también se paralizaron.

Porque lo vieron.

Lo sintieron.

La verdadera pesadilla había llegado.

Una sombra se alzó en medio del caos, caminando con una calma escalofriante.

Cada paso que daba resonaba como un eco en la ciudad devastada.

Y, finalmente, lo vieron.

Adam Kafgert.

Sus ojos rojos ardían como brasas encendidas en la oscuridad.

Su aura no era humana.

No era la de un noble.

Ni la de un caballero.

Los espectros rugieron, pero no atacaron.

No podían.

Porque su instinto les decía algo.

Que la muerte acababa de llegar.

Y tenía el rostro de un hombre.

La flor maldita se estremeció, sintiendo el cambio.

El aire se crispó.

Y entonces, la bestia florecida se alzó con su verdadera forma, un eco gutural resonando desde su núcleo.

Desafiándolo.

El cielo se partió en un trueno seco.

Y la batalla final comenzó.

El Verdadero Monstruo

La ciudad contenía la respiración.

El aire se volvió denso, cargado de una energía abrumadora.

La bestia, antes una simple flor maldita, ahora se alzaba como un titán de sombras. Sus pétalos, que antes brillaban con un fulgor etéreo, se habían abierto por completo, revelando un núcleo palpitante de pura oscuridad.

Una boca dentada se formó en su centro, goteando una sustancia viscosa que se evaporaba al tocar el suelo. No era solo una flor. Era un ser primigenio.

Y ahora, su único propósito era destruir.

Destruir a Adam.

La criatura rugió, su eco expandiéndose por la ciudad.

Las sombras que se aferraban a los restos de los edificios se agitaron como si respondieran a su llamado.

Los espectros que antes atacaban la ciudad ahora se volvían hacia Adam.

Noah, jadeante, observó la escena con incredulidad.

Él había luchado, había derramado sangre, había estado al borde de ser devorado.

Pero ahora, todo giraba en torno a Adam.

Como si la flor, los monstruos, y la misma ciudad reconocieran algo en él.

Algo mucho más aterrador.

Noah tragó en seco.

¿Padre…? —susurró, sin saber si lo que estaba viendo era real.

Adam no respondió.

No lo miró.

Sus ojos carmesí solo estaban fijos en la criatura.

Como si solo existieran ellos dos en el campo de batalla.

Los encapuchados retrocedieron.

Uno de ellos tembló, susurrando con una voz quebrada:

—Ese hombre… no es humano.

El otro ni siquiera pudo responder.

Porque en el siguiente instante…

Adam se movió.

Y la masacre comenzó.

El Cazador y la Bestia

En un abrir y cerrar de ojos, Adam desapareció de donde estaba.

Cuando los monstruos lograron percibir su presencia, ya era demasiado tarde.

Uno de ellos estalló en mil pedazos.

Adam lo había desgarrado con sus propias manos.

Las criaturas restantes rugieron y se lanzaron sobre él.

Pero Adam no esquivó.

No corrió.

No se defendió.

Él atacó primero.

Su magia envolvió la ciudad en una ráfaga oscura, como si la noche misma respondiera a su llamado.

Las sombras obedecieron su voluntad.

Las lanzas de oscuridad surgieron del suelo, atravesando a las bestias con una precisión inhumana.

Los espectros gritaron, su forma espectral destrozada sin que pudieran siquiera defenderse.

Los encapuchados intentaron huir.

Pero no lo lograron.

Porque Adam los vio.

Y eso fue suficiente para sellar su destino.

Uno de ellos trató de invocar un hechizo, pero nunca terminó de conjurarlo.

Porque su cabeza rodó por el suelo antes de que pudiera pronunciar la última palabra.

Noah observó con los ojos muy abiertos.

Nunca, en toda su vida, había visto algo así.

Adam no estaba luchando.

Adam estaba ejecutando.

Pero entonces, un grito desgarrador rompió la escena.

—¡Noah!

Era Ellian.

Su voz era desesperada.

Noah giró la cabeza, su sangre helándose al ver lo que ocurría.

Uno de los encapuchados aún estaba de pie.

Y su daga…

Estaba clavada en el estómago de Ronan.

La sangre manchaba la tela oscura.

Los labios de Ronan se abrieron, un susurro casi inaudible escapando de su boca.

Ellian pataleaba, intentando soltarse de las manos que lo sujetaban, mientras veía la sangre brotar de ronan

—¡Déjalo! ¡No lo toques!

Pero el encapuchado no tenía intención de soltarlo.

Noah se paralizó.

Y esa pequeña vacilación fue suficiente.

El encapuchado torció la daga en el cuerpo de Ronan.

El sonido húmedo de la carne siendo desgarrada se mezcló con el grito de Ellian.

Los ojos de Ronan se nublaron.

Noah sintió su pecho oprimirse con una furia incontrolable.

Y fue entonces…

Que la noche entera tembló.

Porque Adam levantó la vista.

Y cuando lo hizo…

El aire se rompió en mil pedazos.

La bestia florecida rugió de dolor, como si su simple presencia fuera una herida abierta.

Los sobrevivientes supieron en ese momento…

Que el verdadero monstruo en esa ciudad…

No era la flor maldita.

Era Adam Kafgert.

Y ahora, él iba a cazar.

El mundo se estremeció.

La noche se resquebrajó como un cristal fracturado por una presión invisible.

El aire se volvió pesado, como si una fuerza incomprensible lo aplastara todo.

Noah sintió su propio cuerpo temblar.

No por miedo.

Sino porque lo que estaba a punto de ocurrir escapaba a toda lógica.

Adam Kafgert no tenía una espada en sus manos.

No tenía un bastón.

No tenía runas ni círculos mágicos grabados en el suelo.

No necesitaba nada.

Él era la magia misma.

Él era la muerte.

Y los monstruos lo sabían.

La flor maldita, aquella entidad primigenia que había devastado el pueblo plebeyo y convertido la ciudad imperial en un campo de batalla, retrocedió.

El rugido desafiante que había lanzado antes se convirtió en un siseo de advertencia.

Como si supiera que estaba frente a algo que jamás podría vencer.

Pero ya era tarde.

Porque Adam ya había tomado una decisión.

no iba a dejar que esto continuara.

El encapuchado que todavía sostenía a Ellian intentó huir.

Pero ni siquiera pudo mover un solo músculo.

Un hilo invisible se enredó en su cuello.

Y en un parpadeo, su cabeza se desprendió del cuerpo.

, sus ojos dorados reflejando el destello carmesí de la sangre que salpicaba el suelo adoquinado.

Los otros encapuchados quedaron petrificados.

No sabían qué hacer.

No podían correr.

No podían defenderse.

Porque ya estaban muertos.

Sus cuerpos fueron cortados en innumerables partes por hilos tan finos que eran invisibles a simple vista.

El aliento de los espectadores se detuvo.

La escena parecía sacada de una pesadilla.

Los fragmentos de carne cayeron al suelo en completo silencio.

Y allí, en medio del campo de batalla, ella se erguía.

La madre de Ellian y Noah.

Sus ojos dorados brillaban con un odio inhumano.

Su vestido blanco, impecable hasta hace unos segundos, estaba teñido de rojo.

Sus delicadas manos, usualmente suaves y elegantes, goteaban sangre.

Pero no se inmutó.

Ni siquiera parpadeó.

—¿Cómo se atreven estas basuras a tocar a mis hijos? —susurró.

Su voz era suave.

Pero la presión en el aire aumentó.

Noah, por primera vez en su vida, vio a su madre en acción

Pero el terror aún no había terminado.

Porque en lo alto, la flor maldita cambió de forma.

El miedo se convirtió en rabia.

El odio en desesperación.

La flor se cerró sobre sí misma, su núcleo palpitante contrayéndose hasta convertirse en una esfera de pura oscuridad.

Las sombras a su alrededor se retorcieron, y entonces…

La verdadera bestia despertó.

Un rugido que desgarró el cielo hizo que la ciudad entera se sacudiera.

Los edificios se partieron en sus cimientos.

Los caballeros cayeron de rodillas.

Los hechiceros perdieron la concentración y sus barreras mágicas se rompieron.

Noah se cubrió los oídos, pero el sonido parecía atravesarlo por dentro.

Era un eco no de este mundo.

Como si los mismos dioses estuvieran llorando.

Y entonces, la flor reveló su verdadera forma.

No era una planta.

No era una invocación maldita.

Era una bestia colosal.

Una abominación nacida de la desesperación.

Decenas de ojos se abrieron en su cuerpo.

Sus pétalos, ahora convertidos en garras negras, se alargaron hasta rasgar el suelo.

Su boca, grotesca y gigantesca, se abrió, revelando hileras infinitas de dientes.

Y en su centro, una silueta.

Un núcleo latente.

El corazón de la bestia.

Pero Adam no reaccionó.

No se sorprendió.

Noah sintió que algo andaba mal.

Porque Adam sonrió.

Y cuando lo hizo, los cielos temblaron.

El poder que emanaba de la flor maldita era insignificante en comparación.

Porque Adam Kafgert había decidido luchar en serio.