Las llamas consumían los restos de los edificios colapsados, esparciendo brasas ardientes por el aire nocturno. Los gritos de la multitud y el estruendo de las explosiones resonaban en toda la ciudad imperial.
Noah Kafgert observó el caos sin vacilar.
Los civiles corrían desesperados, buscando refugio entre las calles adoquinadas, mientras los guardias del restaurante bloqueaban la entrada con lanzas cruzadas.
—No pueden entrar sin autorización.
El miedo y la desesperación cubrían los rostros de los plebeyos. Una niña se aferraba a la túnica de su padre, sollozando, mientras otros suplicaban ayuda.
Ellian apretó los puños. No entendía cómo podían ser tan crueles.
—Hermano… ¿vamos a dejarlos morir?
Noah exhaló lentamente.
Sabía que su padre, el archiduque Adam Kafgert, jamás ignoraría una injusticia.
Y él tampoco lo haría.
Sus ojos violetas brillaron con frialdad mientras avanzaba hasta quedar frente a los guardias.
—Abran la puerta.
Los soldados vacilaron.
—M-mi señor… —Uno de ellos tragó saliva—Nos han dado órdenes de no permitir la entrada de plebeyos sin credenciales.
Noah dio un paso más.
El soldado sintió su aliento congelarse.
—Soy Noah Kafgert, hijo del archiduque. —La autoridad en su voz era inquebrantable
—Si alguno de ustedes cree que estas reglas valen más que su vida, pueden desafiarme.
El silencio cayó como una guillotina.
Los guardias intercambiaron miradas tensas. Sabían que desobedecer a un Kafgert era suicida.
Pero antes de que pudieran reaccionar…
Un rugido ensordecedor atravesó la noche.
El suelo tembló bajo sus pies.
Desde el horizonte envuelto en llamas, una criatura gigantesca emergió de entre los escombros.
Un demonio de alto rango.
Su cuerpo parecía estar cubierto por una armadura natural, con garras largas y afiladas como guadañas. Sus ojos resplandecían con un azul espectral.
Se movió en un destello de sombras.
Y en un abrir y cerrar de ojos, desgarró a un grupo de soldados.
Las calles se tiñeron de rojo.
Los gritos de agonía perforaron la noche.
Ellian sintió el aire abandonar sus pulmones.
Noah no se inmutó.
Con un simple movimiento, desenvainó su espada.
El resplandor de la hoja negra, con runas plateadas grabadas en su filo, reflejó la luz del fuego.
El demonio se giró, fijando su mirada en Noah.
Como si reconociera a un depredador.
—Hermano… —susurró Ellian, con un atisbo de miedo en su voz.
Noah no respondió.
En cambio, levantó su mano izquierda.
El aire vibró.
Círculos mágicos aparecieron a su alrededor, iluminando la noche con un fulgor eléctrico. Relámpagos comenzaron a crepitar a su alrededor.
El demonio rugió y se lanzó sobre él.
Pero Noah ya estaba en movimiento.
Con un solo paso, desapareció de su lugar.
Y un segundo después, su espada se hundió en el costado de la bestia.
Un rugido de dolor estalló en el aire.
La criatura intentó contraatacar, pero Noah giró la muñeca y liberó una ráfaga de relámpagos desde su hoja.
El impacto lanzó al demonio hacia atrás, destrozando los adoquines de la calle.
El polvo se levantó.
Los soldados y civiles miraban atónitos.
Noah bajó su espada lentamente.
Pero entonces, el demonio se levantó.
Sus heridas se cerraron instantáneamente, y sus ojos resplandecieron con una furia aún mayor.
Se lanzó de nuevo con velocidad inhumana.
Pero esta vez, Noah no necesitó moverse.
Con un susurro, elevó su otra mano.
—Sash
Un círculo mágico negro se expandió bajo el demonio.
Y en un instante, su cuerpo fue envuelto en llamas azules.
El monstruo gritó mientras la explosión lo consumía.
Las brasas iluminaban la ciudad.
El silencio cayó sobre las calles.
Los soldados estaban pálidos.
Ellian no podía apartar la vista de su hermano.
Noah Kafgert no solo había derrotado a un demonio de alto rango…
Lo había destruido sin esfuerzo.
Ronan envainó su espada y sonrió levemente.
—Como esperaba del hijo del archiduque.
Noah no respondió.
Se giró hacia los guardias del restaurante, quienes lo observaban con terror.
—¿Todavía van a dejar afuera a estas personas?
Los soldados, temblando, abrieron las puertas de inmediato.
Los plebeyos entraron en silencio, sin atreverse a decir una palabra.
Ellian miró a su hermano en completo asombro.
Y en ese momento, entendió algo.
Noah no solo era fuerte en espada era habilidoso con la magia mas avanzada
La niña campesina tiró de la manga de su padre, su voz temblorosa mientras señalaba la imponente flor que flotaba en el aire. Sus pétalos, de un blanco perlado en la penumbra, brillaban como si contuvieran un fulgor espectral.
—Esto es culpa de esa flor... —insistió, con los ojos abiertos de terror—. Cuando floreció, atrajo a esos monstruos, papá.
Su padre, un hombre robusto con el rostro marcado por los años de trabajo en el campo, la abrazó con fuerza, pero no respondió. Porque, en el fondo, él también lo sabía.
1 hora antes de lo sucedido :
El pueblo, antes tranquilo, estaba sumido en la oscuridad, iluminado solo por las linternas temblorosas de las casas de madera. Y en las sombras, algo acechaba.
Las figuras de los aldeanos, vestidas con ropajes oscuros, observaban la flor con una mezcla de asombro . Los susurros se propagaban como un murmullo entre la multitud.
—La flor del abismo...
—Debe ser destruida.
Pero era tarde. Demasiado tarde.
Desde las colinas que rodeaban el pueblo, las sombras comenzaron a moverse. Seres deformes, con extremidades alargadas y ojos vacíos, descendían en silencio. Sus cuerpos parecían formarse de la misma niebla que cubría el valle, espectros de pesadilla invocados por el florecimiento de aquella maldita flor.
Uno de los ancianos del pueblo gritó con todo pulmón :
—debemos destruirla!!
El padre de la niña la tomó en brazos y retrocedió, sintiendo el sudor frío recorrerle la espalda. Sabía que no podrían huir.
El aire se volvió pesado. El viento dejó de soplar.
Y en el centro de todo, la flor sagrada —o maldita— siguió brillando.
El pueblo estaba perdido ahora todos huian y escapaban el único lugar seguro era la ciudad imperial
Las llamas iluminaban el cielo nocturno con un resplandor infernal. El pueblo plebeyo había desaparecido bajo la sombra de la flor del abismo, y ahora la ciudad imperial era el siguiente objetivo.
El padre sostenía a su hija con desesperación. Sus piernas dolían, su pecho ardía por la falta de aire, pero no podía detenerse.** Debía llegar a la ciudad imperial.**
A su alrededor, otros aldeanos corrían con la misma desesperación. Algunos tropezaban y caían, solo para ser devorados por las criaturas que los perseguían.
Las sombras se arrastraban desde las colinas, con cuerpos informes y ojos vacíos que brillaban con un fulgor hambriento. No eran bestias, no eran soldados de un ejército enemigo.
Eran destrucción pura.
Un hombre cayó a su lado, atrapado por garras afiladas que lo arrastraron de vuelta a la oscuridad. Su grito se perdió entre el caos.
El padre no miró atrás.
Corrió con todas sus fuerzas, con la niña aferrada a su cuello.
Las murallas de la ciudad imperial se alzaban como la última esperanza ante la aniquilación.
Las puertas aún estaban abiertas, pero los guardias imperiales bloqueaban el paso.
—¡Déjenos entrar! —suplicó un aldeano con el rostro cubierto de polvo y sangre.
—¡Por favor, los monstruos nos están siguiendo!
Pero los guardias no se inmutaron.
—La ciudad imperial no puede permitir la entrada de plebeyos sin identificación.
El padre sintió su corazón detenerse. ¿Cómo podían decir eso en un momento como este?
Se escuchó un grito de furia.
—¡Nos están dejando morir!
—¡Malditos bastardos!
Los aldeanos se arremolinaron frente a las puertas, golpeándolas, empujando, tratando de abrirse paso a la fuerza.
Y entonces, el cielo cambió.
El azul oscuro de la noche se volvió negro como la tinta.
Los vientos rugieron con un estruendo antinatural.
Y en el aire… flotaba la flor.
La misma flor maldita que floreció en el pueblo.
Sus pétalos brillaban con una luz etérea, y desde su centro, un resplandor azulado se extendió como un latido. Un portal se abrió en el cielo.
Y algo descendió.
Un monstruo de proporciones titánicas, su silueta oscura se desplegó como un dios de la calamidad.
Las barreras de la ciudad imperial se quebraron en un instante.
La cúpula mágica que protegía la ciudad se desmoronó en mil fragmentos de luz.
El rugido de la criatura sacudió la tierra.
Las murallas cedieron bajo su furia, colapsando como si estuvieran hechas de papel.
Los soldados imperiales entraron en pánico.
—¡No! ¡Esto no puede estar pasando!
—¡Defiendan la ciudad! ¡Llamen a los caballeros y a los magos!
Pero era demasiado tarde.
La horda de monstruos irrumpió en la ciudad como una marea de oscuridad.
Las criaturas se lanzaron sobre los ciudadanos, destrozando todo a su paso. Los gritos de agonía se mezclaron con el estruendo de los edificios colapsando.
El padre sintió su cuerpo moverse por instinto.
Se lanzó hacia el interior de la ciudad, corriendo por su vida entre los escombros y la desesperación.
Los plebeyos que lograron entrar no tardaron en comprender la única forma de sobrevivir.
Los restaurantes de lujo.
Dentro de la ciudad imperial, las edificaciones más prestigiosas poseían gemas de protección.
Reliquias mágicas de emergencia que repelían la oscuridad.
Uno a uno, los plebeyos se dirigieron hacia estos establecimientos, golpeando las puertas, suplicando por refugio.
Pero los nobles que se encontraban dentro no querían compartir su seguridad.
Las puertas permanecían cerradas.
Hasta que Noah Kafgert apareció.
Con su espada envainada y su mirada fría como el hielo, observó el caos con calculada calma.
Los guardias del restaurante intentaban mantener la entrada bloqueada, ignorando las súplicas de los plebeyos.
—No podemos permitir el ingreso sin autorización.
—Las reglas son claras.
Pero Noah no era alguien que acatara reglas absurdas.
Con un solo paso, se acercó a los guardias.
—Abran la puerta.
Los soldados vacilaron.
—Mi lord Noah, no podemos…
La mirada de Noah se endureció.
—Soy Noah Kafgert, hijo del archiduque.
Su voz resonó como un trueno.
—Si alguno de ustedes cree que estas reglas valen más que su vida, pueden desafiarme.
El silencio cayó sobre ellos.
Los guardias tragaron saliva.
Sabían que desobedecer a un Kafgert era un suicidio.
Temblando, abrieron las puertas.
Los plebeyos entraron sin atreverse a pronunciar una palabra.
Entre ellos, el padre y la niña se aferraron el uno al otro, aliviados pero aún aterrados.
Ellian, quien había observado toda la escena, miró a su hermano en completo asombro.
En ese momento, entendió algo.
Noah no solo era fuerte con la espada.
Noah no solo era hábil con la magia.
Noah era un líder.
Pero el peligro no había terminado.
Las calles de la ciudad imperial seguían sumidas en la masacre.
Los caballeros intentaban organizar la defensa.
Los magos se reunían para levantar nuevas barreras.
Pero Noah sabía la verdad.
La ciudad imperial estaba en guerra.
Y si no actuaban rápido, el imperio entero colapsaría.