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La obra continuó con un cambio abrupto en la iluminación. Las llamas de las antorchas parpadearon como si el fuego sintiera la tensión en el aire. En el escenario, los actores que interpretaban a los príncipes Damián y Adam aparecieron montados en caballos falsos, sus armaduras reflejando la luz anaranjada del fuego. Regresaban de la guerra como héroes, con la multitud vitoreando al Segundo Príncipe Damián, quien había llevado al imperio a la victoria.

Los aplausos y los gritos de júbilo resonaban en todo el teatro. El pueblo celebraba, los nobles se inclinaban, y el emperador Cairus, desde su trono, observaba en silencio. Pero en su mirada no había orgullo ni felicidad, sino un destello de recelo. Su hijo, a quien había menospreciado, ahora se alzaba como un líder venerado.

El escenario cambió de golpe. Damián ya no era solo un príncipe victorioso. Ahora, se encontraba frente al trono, con su espada manchada de sangre. El emperador Cairus yacía a sus pies, su reinado acabado en un solo golpe.

—¡Gloria al nuevo emperador! —gritó un actor, alzando la voz por encima del murmullo ficticio de la multitud.

A su lado, imponente y silencioso, se encontraba el hombre a quien todos llamaban su fiel perro: El Archiduque Adam Kafgert.

La sombra de Adam, el hermano olvidado, se erguía a un lado del nuevo emperador, su expresión impenetrable. No se le atribuía palabras grandiosas ni discursos heroicos. Su papel en la historia no necesitaba más que su presencia: una figura temida, respetada, leal hasta el final.

Las luces disminuyeron lentamente mientras la escena final mostraba al emperador Damián en su trono y al archiduque Adam Kafgert de pie a su lado, como el eterno guardián del hombre que había tomado el imperio con sus propias manos.

El telón cayó en un silencio sepulcral antes de que el teatro estallara en aplausos.

Pero entre el público, en un rincón apartado, Ellian, Noah y Ronan no dijeron nada. Solo observaron el escenario, cada uno con sus propios pensamientos.

Ellian entrecerró los ojos.

—Así que… así es como el pueblo lo recuerda.

el murmullo de la multitud se convirtió en una conversación animada. Los nobles intercambiaban palabras de admiración con orgullo en sus ojos.

—Nuestro imperio es más fuerte que nunca gracias a su majestad el emperador Damián —dijo un hombre de mediana edad, vestido con ropas lujosas—. Con su visión y el poder del archiduque Adam Kafgert, hemos alcanzado la gloria.

Otro noble asintió con firmeza.

—Dos hombres que lo han dado todo por la nación. Un emperador brillante y un estratega letal… Nadie puede desafiar su reinado.

Los niños que asistían a la función miraban con asombro la escena final del emperador en su trono, con el archiduque a su lado. Algunos jugaban entre ellos, imitando las poses de los actores.

—¡Yo seré como el emperador Damián! —dijo un niño con entusiasmo, levantando los brazos.

—Entonces yo seré su fiel caballero y lucharé a su lado —respondió otro, imitando la postura seria del actor que había representado a Adam Kafgert.

Pero no solo los niños hablaban. Las mujeres nobles en el público tenían un brillo especial en los ojos. Algunas llevaban abanicos cubriendo parte de sus rostros, otras simplemente suspiraban con disimulo.

—Qué hombre tan atractivo… —murmuró una dama joven, con las mejillas ligeramente sonrojadas—. El archiduque Adam Kafgert… tan imponente, tan frío… tan perfecto.

Las risas bajas y los murmullos emocionados recorrieron la sección donde estaban las damas nobles, todas compartiendo la misma opinión. Adam Kafgert no solo era un estratega, sino una figura enigmática que despertaba tanto admiración como deseo.

Desde su asiento, Ellian observó todo en silencio. Su mirada recorrió a los nobles que hablaban con respeto sobre el emperador y el archiduque. A los niños que soñaban con ser como ellos. A las mujeres que suspiraban por la fría belleza de su padre.

Cuando el teatro quedó vacío y las luces se atenuaron, Ellian y Noah permanecieron en sus asientos, envueltos en un silencio contemplativo. El eco de los aplausos aún resonaba en las paredes, pero para ellos, la función había dejado más preguntas que respuestas.

Noah rompió el silencio, su voz suave pero inquisitiva.

—¿Disfrutaste la función?

Ellian, con la mirada fija en el escenario vacío, respondió con una mezcla de confusión y curiosidad.

—Hermano, esta obra no es igual a como lo relatan los libros imperiales.

Noah arqueó una ceja, mostrando un interés genuino.

—¿A qué te refieres?

Ellian giró lentamente hacia su hermano, sus ojos reflejando una verdad recién descubierta.

—Papá fue quien asesinó al anterior emperador.

Una sonrisa enigmática se dibujó en el rostro de Noah. Llevó un dedo a sus labios, indicando silencio.

—Eso es un secreto, Ellian. Nadie debe saberlo.

Ellian asintió lentamente, comprendiendo el peso de la revelación y la necesidad de mantenerla oculta. Mientras se levantaban para marcharse.

un torrente de pensamientos lo invadió. Recordó cómo el anterior emperador había marginado a su padre dentro de la familia imperial, tratándolo como una sombra, siempre al margen de las decisiones y afectos. Quería preguntar más, deseaba entender las razones detrás de su exclusión, pero las palabras se atoraron en su garganta.

Suspiró profundamente, intentando liberar la tensión que lo oprimía. Sin embargo, el miedo a desenterrar verdades dolorosas y la posibilidad de alterar la frágil paz que existía entre él y Noah lo detuvieron. Finalmente, decidió tragarse sus preguntas, ocultando sus inquietudes bajo una máscara de indiferencia, como si nada hubiera ocurrido.

Mientras las luces de la ciudad imperial brillaban en la noche, Noah y Ellian caminaban por las calles adoquinadas, buscando un lugar para cenar. Noah llevaba a su hermano menor en brazos, protegiéndolo del bullicio que los rodeaba. La ciudad estaba llena de restaurantes de alta gama, frecuentados por la nobleza y la élite.

Tras recorrer varias calles, Noah se detuvo frente a un elegante establecimiento con una fachada iluminada por candelabros dorados. Sin dudarlo, decidió que ese sería el lugar adecuado para ellos. Al entrar, fueron recibidos por camareros vestidos con impecables uniformes, quienes los guiaron a una mesa reservada en una esquina tranquila del salón.

Antes de tomar asiento, Noah se volvió hacia Ronan, el leal guardián, y le dijo con una sonrisa:

—Esta noche, no eres un sirviente. Eres nuestro invitado. Siéntate y cena con nosotros.

Ronan, sorprendido por la invitación, dudó por un momento. Pero al ver la sinceridad en los ojos de Noah, asintió y tomó asiento junto a ellos, dispuesto a disfrutar de una velada diferente, compartiendo la mesa con aquellos a quienes protegía.

Mientras Noah, Ellian y Ronan se acomodaban en la mesa del elegante restaurante, el ambiente a su alrededor era de lujo y sofisticación. Las luces tenues y la suave música de fondo creaban una atmósfera relajante.

Un camarero se acercó con una sonrisa profesional, entregándoles los menús de cuero. Ellian, aún procesando las revelaciones de la noche, hojeaba las opciones sin mucho interés.

Noah, notando la distracción de su hermano, decidió romper el silencio.

—Ellian, ¿has decidido qué te gustaría probar esta noche? —preguntó con suavidad.

Ellian levantó la vista, forzando una sonrisa.

—No estoy seguro, hermano. Quizás algo ligero.

Ronan, sintiéndose un poco fuera de lugar en un entorno tan opulento, intervino tímidamente.

—Si me lo permiten, puedo sugerir el estofado de cordero. He oído que es excepcional aquí.

Noah asintió, agradecido por la sugerencia.

—Excelente elección, Ronan. Creo que todos deberíamos probarlo.

El camarero tomó nota de sus pedidos y se retiró discretamente.

Mientras esperaban la comida, Noah observó a Ellian, notando la preocupación en su rostro. Con una sonrisa, alargó sus manos y acarició suavemente las mejillas de su hermano menor.

—Ellian, ¿en qué piensas? —preguntó con ternura.

Ellian levantó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y duda.

—Hermano, ¿es cierto que papá era un marginado de la familia? —inquirió, decidido a obtener respuestas.

Noah suspiró, reconociendo la profundidad de la pregunta.

—Es verdad, Ellian. Esa parte de la historia es cierta. Nuestro padre enfrentó el rechazo y la soledad dentro de la familia imperial. Pero nunca se derrumbó. Me dijo una vez que el dolor fue lo que lo moldeó, que, aunque su vida fue dura, siempre creyó que un gran camino lo esperaba. Y en ese camino, encontró a la persona que amaba y la protegió con todo su poder.

Ellian asimiló las palabras de su hermano, comprendiendo que detrás de la figura imponente de su padre había una historia de lucha y resiliencia.

Ellian asimiló las palabras de Noah, sintiendo una mezcla de admiración y tristeza por la historia de su padre. El conocimiento de las dificultades que su progenitor había enfrentado añadía una nueva dimensión a su comprensión de la familia imperial.

Antes de que pudiera profundizar más en sus pensamientos, el camarero regresó con una bandeja de plata, sirviendo el estofado de cordero que Ronan había recomendado. El aroma delicioso llenó el aire, proporcionando un momento de alivio y distracción.

Mientras comenzaban a comer, Noah cambió el tema a asuntos más ligeros, compartiendo anécdotas de la corte y eventos recientes en el imperio. Ronan, inicialmente reservado, se unió a la conversación, aportando observaciones perspicaces y, ocasionalmente, provocando risas con sus comentarios secos.

Ellian participó, aunque su mente seguía volviendo a las revelaciones sobre su padre. Decidió que, en el futuro, buscaría aprender más sobre la verdadera historia de su familia y las experiencias que habían moldeado a su padre en el hombre que era.

La velada transcurría en un ambiente de camaradería y comprensión, fortaleciendo los lazos entre Noah, Ellian y Ronan. De repente, una potente explosión sacudió la calle, haciendo vibrar las ventanas del restaurante y sumiendo el lugar en un silencio tenso.

Los tres se miraron con preocupación antes de que el caos estallara. La puerta del establecimiento se abrió de golpe, y una multitud de personas aterrorizadas irrumpió en el interior.

—¡Por favor, déjennos entrar! ¡Tengo una hija, ella tiene que vivir! —suplicaba un hombre, sosteniendo a una niña en brazos, su voz quebrada por la desesperación.

—¡Ayúdennos! ¡Los monstruos ya vienen, déjennos refugiarnos! —clamaba otro, arrodillándose con lágrimas en los ojos.

El restaurante se llenó de gritos y llantos, mientras las personas buscaban desesperadamente un lugar seguro. Los guardias del establecimiento, desconcertados por la situación, intentaban calmar a la multitud.

—¡Tranquilícense! ¿Qué está pasando? —exigió uno de los guardias, tratando de imponer orden.

Pero el pánico había tomado el control. Al no obtener respuestas claras, los guardias intentaron bloquear la entrada, recordando que no se permitía el acceso a ciertos individuos en la ciudad imperial. La multitud, impulsada por el miedo, reaccionó con violencia, empujando y forcejeando para entrar.

Noah se levantó rápidamente

—Ronan, protege a Ellian.

Ronan asintió, posicionándose junto a Ellian, listo para cualquier eventualidad.

Ellian, con el corazón acelerado, observaba la escena, intentando comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Afuera, en la oscuridad de la noche, se escuchaban rugidos y sonidos indescriptibles que helaban la sangre. La amenaza se acercaba.

En la ciudad imperial, los restaurantes de alta gama estaban equipados con avanzados sistemas de protección, diseñados para activarse en caso de ataques de monstruos u otras amenazas. Estos escudos de energía proporcionaban un refugio seguro para los ocupantes del establecimiento.

Sin embargo, el acceso a estos refugios estaba estrictamente controlado. Los nobles y personas de alta posición social, que poseían identificaciones claras y reconocidas, podían ingresar sin impedimentos. En contraste, los plebeyos, careciendo de tales credenciales, se encontraban excluidos de estos lugares de resguardo. Esta disparidad generaba tensiones, especialmente en momentos de crisis, cuando aquellos sin acceso buscaban desesperadamente protección.

En medio del caos, Noah, Ellian y Ronan observaban la situación desde su mesa. Noah frunció el ceño, consciente de la injusticia que se desarrollaba ante sus ojos.

—Hermano, ¿no podemos hacer algo por ellos? —preguntó Ellian, con preocupación evidente en su voz.

Noah suspiró, comprendiendo la complejidad de la situación.

—Las reglas de la ciudad son estrictas, Ellian. Pero...

Antes de que pudiera continuar, un estruendo sacudió el edificio, recordándoles la inminente amenaza exterior. La decisión debía ser rápida.

—Ronan, ve a hablar con los guardias. Diles que estos plebeyos están bajo nuestra protección.

Ronan asintió y se dirigió hacia la entrada, decidido a persuadir a los guardias para que permitieran el ingreso de los desesperados ciudadanos.

Mientras tanto, Noah y Ellian se preparaban para lo que pudiera suceder, conscientes de que, en tiempos de crisis, las normas sociales podían y debían ser desafiadas por el bien común.