—Kent, despierta. Aún no ha terminado.
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Kent yacía inmóvil en el decimosegundo escalón, su cuerpo carbonizado y humeante por el devastador golpe del rayo del Espíritu Santo Cuervo. Su conciencia se había desvanecido y, por un momento, quedó suspendido en un vacío de oscuridad y dolor.
En las profundidades de su mente, la voz de la Diosa del Deseo resonaba suavemente, un faro de calidez en medio del frío vacío.
Poco a poco, la conciencia de Kent comenzó a regresar. Podía sentir el calor del poder de la Diosa del Deseo recorriendo sus venas, uniendo la carne desgarrada y calmando los nervios devastados.
Sus párpados se abrieron, revelando el cielo tormentoso aún crepitando con energía residual sobre él. El aire era electrizante, y el suelo a su alrededor estaba chamuscado en negro.