De vuelta en el campo de batalla, Kent sostenía el Orbe de Sombra en su mano, sintiendo el inmenso poder contenido dentro de él. Simón yacía quebrantado a sus pies, una sombra lamentable del confiado guerrero que había sido apenas momentos antes.
—Bonito juguete... la próxima vez compra uno mejor —murmuró Kent mientras sostenía el Orbe de Sombra entre sus garras.
Con un solo empujón, Kent aplastó el Orbe de Sombra en su mano, la energía divina dentro de él dispersándose en el aire como ráfagas de humo. Los ojos de Simón se revolvieron hacia atrás, su cuerpo convulsionando mientras la última de sus fuerzas se desvanecía.
El campo de batalla estaba en silencio. Los espectadores, tanto mortales como divinos, solo podían observar en silencio atónitos.
Y así, comenzó el tiempo de bendición, con Kent de pie como el único vencedor de este entero campo de batalla.