No retrocederé hasta conseguir lo que quiero!

Mientras tanto en el campo de batalla, la frustración de Kent llegó a su límite. Había luchado con todo lo que tenía, dominado el campo de batalla, pero el reconocimiento divino que tanto anhelaba no le fue otorgado. La ira y la amargura se acumularon dentro de él, amenazando con consumirlo.

—¿Por qué? —gruñó Kent en voz baja, apretando los puños—. Yo fui quien ganó esta batalla. ¿Por qué los dioses todavía me niegan?

Su ira era palpable, la energía chisporroteaba a su alrededor como una tormenta a punto de estallar. Justo entonces, una voz suave y sensual susurró en su mente, una presencia que casi había olvidado.

—Paciencia, Kent... —susurró el espíritu de la Diosa del Deseo dentro de su espacio del alma—. El Dios de la Guerra aún no ha descendido. Muéstrale tu poder, tu dominio. Haz que vea que eres el verdadero guerrero digno de su legado.